Ah ! Seigneur ! Donnez-moi la force et le courage
De contempler mon cœur et mon corps sans dégoût !
Charles Baudelaire
El tema de la masculinidad en el Caribe colombiano no parece ser desconocido en el panorama de la literatura colombiana: le debemos a la obra de Gabriel García Márquez el haber retratado de forma exhaustiva, y al mismo tiempo confrontativa, el régimen cultural del machismo en la cultura colombo-caribeña entre los siglos XIX y XX. A lo largo de casi todas sus obras encontramos personajes masculinos (y a veces algunos femeninos que devienen monstruosamente masculinos, como la abuela desalmada de la Cándida Eréndira) que tienden a la ridiculez por defender una masculinidad moral, impostural y artificiosa, con tintes de honorabilidad antigua, que los lleva a la soledad y a la muerte: es el caso, por ejemplo, del doctor en la primera novela La hojarasca, del dictador en El otoño del patriarca o del coronel Aureliano Buendía en Cien años de soledad. La figura del macho en la obra del Nobel colombiano es representada desde una posición crítica al poder capitalista, al del latifundista, pero también al del poder estatal, al déspota y, por lo tanto, al poder patriarcal. En muchos casos es precisamente la caricaturización del macho (como en El otoño del patriarca) en la que se evidencia más claramente esta posición crítica. La burla del poder remite también a una agenda política evidentemente marxista en el caso de este autor colombiano. Y es que la cuestión de las masculinidades no puede entenderse independientemente de una cuestión transversal e interseccional que implique otras dimensiones, como la clase, la sexualidad, la raza, y sobre todo en el contexto actual de cambio climático, la cuestión de la relación entre lo humano y lo no-humano.
Es justamente el ‘poeta maldito’ colombiano Raúl Gómez Jattin, también oriundo de la región caribe colombiana y el autor al que dedicaré las siguientes líneas, el que sin proponérselo tal vez, pone en cuestión en su poesía la imagen del macho en relación, no solamente con las distintas cuestiones sociales y políticas que le atañen, sino también con el medioambiente y los seres no humanos con los que comparte su hábitat. Me referiré en lo siguiente a varios poemas del poeta caribeño para poder delinear lo que vendría a ser la imagen de una masculinidad diversa que en este caso adquiere una dimensión ecocrítica y urgente en el contexto actual de los estudios literarios. Considero que pensar las cuestiones sociales y culturales (incluyendo el género, la clase, la raza, la sexualidad, etc.) en relación con el contexto de guerra geo-social (siguiendo a Bruno Latour [2015] y a Isabelle Stengers [2015]) es de fundamental importancia, también considerando los enfoques queer y de género que se muestran especialmente fructíferos para la lectura de su obra.
El hecho de que Raúl Gómez Jattin haya sido homosexual no es irrelevante en este caso. De hecho, su vida a contracorriente de la sociedad caribeña conservadora en su pueblo natal Cereté en Colombia, es justamente el punto de vista desorbitado (Sarduy) de una obra que, como Carlos Monsiváis (2006, 12) señala, se entrecruza con su vida. Y es que precisamente sus textos ya demuestran la posición marginal que ocupa el autor y que usa como perspectiva poética – el yo lírico se confunde metalépticamente muchas veces con el mismo autor Gómez Jattin y muchos de sus poemas son claras elaboraciones autobiográficas de momentos de su vida. “Él se revela, no se confiesa, no lo necesita porque la conciencia de culpa se diluye en los textos, que también equilibran o neutralizan la vanagloria y la modestia” (13), dice Monsiváis sobre la obra de un poeta que, similar al otro caso colombiano de Andrés Caicedo, devino leyenda o mito después de su muerte (o ¿suicidio?) por su vida de excesos, de drogas, y claramente también por el escándalo de belleza antiburguesa que fueron sus textos. Y es que precisamente su poética es una que se da por la diferencia, por el apartarse de su pueblo (respondiendo a ese “desprecio por los habitantes de su pueblo”, Monsiváis 16), por demarcar una diferencia que el mismo pueblo le hizo sentir en carne propia, la de no ser un hombre como el resto: Gómez Jattin es aquel poeta maldito (al que no le gustaba que le atribuyeran ese calificativo de su muy admirado Rimbaud) que fue leído con entusiasmo por todo el país, y sobre todo por la generación de iconoclastas vanguardistas colombianos llamados nadaístas, y cuyo país al mismo tiempo se escandalizaba por su vida de drogas, promiscuidad, homosexualidad y pobreza.
Y es que su poesía transgrede con, como dice Darío Jaramillo Agudelo, “una especie de inocencia fundamental, que leída desde la carga de prejuicios y tabúes culturales nuestros, resulta ser una poesía transgresora y violatoria de esa frontera arbitraria entre lo que puede ser dicho y lo que está prohibido” (27). La inocencia, una que incomoda, me parece un aspecto importante que justamente nos remite a una idea distinta de masculinidad y que viene a ser vinculada a un impulso de volver a un “estado anterior”, o a un estado desnudo en el que la poesía de Jattin vuelve inevitablemente a lo “natural”, a lo animal pero también a aquello que se entiende como perverso, descarrilado, incivilizado, amoral. Mostrando el verdadero entramado afectivo y corporal que se da detrás de la reducción ideológica de la masculinidad caribeña, la inocencia y sinceridad de su poesía deconstruye la idea de masculinidad desde una perspectiva ecocrítica.1 Sigue Jaramillo Agudelo diciendo que “lo que hay [en la poesía de Jattin] es una gran exaltación de la naturaleza y del medio ambiente que le vio nacer y que es su patria más íntima” (28). Justamente pensar estas dos dimensiones (el escándalo de una masculinidad diversa y la atención ecológica al medioambiente) es lo que me propongo plantear en este texto.
Siguiendo las pistas del ecofeminismo, que entiende que la ocupación con las cuestiones de la naturaleza y el medioambiente están permeadas de discursos de género (por ejemplo en la clara representación de la naturaleza como mujer que está ahí para ser instrumentalizada como objeto)2, no me parece sorprendente que en este sentido la masculinidad alternativa que personificaba Jattin y a la que le dio una expresión en su poesía, como veremos, tenga que ver con la relación entre el sujeto y el medioambiente. Además, el hecho de que su obra esté escrita en un español coloquial, simple y popular habla de una poesía que tiene un carácter político por su apertura a un público más allá de la academia. Tanto el humor –que se encuentra en casi todos sus poemas en menor o mayor grado–, como el vocabulario popular, así como también una implícita poética del escándalo (una decidida poética que incomoda, que llama la atención) son precisamente elementos que hacen de su obra una con carácter político. En su obra no solamente los ideales tradicionales de la masculinidad se ven puestos en crítica, sino también un espectro más amplio de elementos morales y discursivos, así como costumbres bien conocidas (como el “comer burra”) de la sociedad en la que le tocó vivir. Los cuestionamientos morales sobre la relación con lo no humano van a llevar a consecuencias aun más profundas y de esta manera hasta poner en crisis la relación epistemológica entre sujeto y objeto, pero también entre mundo y ser humano, y esto desde un lenguaje asequible para todo público.3 Se podría decir que por medio de una modelación alternativa de la masculinidad se llega, en la poesía de Jattin, a un nuevo posicionamiento ante el mundo.
En lo siguiente trataré de limitarme, a manera de ejemplo, a un par de poemas del apartado de antología lírica, Amanecer en el valle del Sinú (antología que reunió póstumamente una cantidad de publicaciones del autor), que lleva el título de Del Amor, y que recopila “poemas drásticos”, conocidos por muchos por su radicalidad, que
se refieren [, como aclara su biógrafo Heriberto Fiorillo,] a un pansexualismo sin tregua. El pansexualismo se relaciona con el panteísmo de una manera absoluta. Se desprende de allí. El panteísmo no es una religión, sino una noción primitiva, arcaica, del universo. […] Creo que el hombre es panteísta y, por lo tanto, pansexual (53).
Fiorillo aclara esto apropiándose de la primera persona de la voz de Jattin, y sigue: “erotismo existe desde cuidar una planta, acariciar a un gato o tender una mano esperanzada” (54). El tema amoroso, que le da el título al poemario, es uno que lleva indudablemente a una reflexión ecocrítica sobre la relación entre humano y no humano, y este amor entendido precisamente desde una perspectiva “pansexual” y “panteísta” como el biógrafo señala. Lo que propone esta visión panteísta, o bien pansexual, de la relación entre el sujeto y su entorno, desliga las relaciones erótico amorosas del ámbito meramente humano (lejos del concepto de prójimo cristiano, por ejemplo) y las entiende en su radicalidad materialista (porque terrestre) que aquí es calificada como metafísica: es la condición del ser humano y su tender a fundirse amorosa y eróticamente con el mundo y, en el caso de Jattin, con el mundo vivo. Contra la idea de la masculinidad como aquella que dispone de su entorno (de la mujer, de la naturaleza, etc.), que sobrepasa heroicamente las limitaciones medioambientales, de aquel que usa su herramienta para dejar su marca, el hombre que se expresa aquí es uno que es pequeñito entre muchos – es por eso que la risa actúa aquí en contra del heroísmo trágico masculino.
La complejidad de esta masculinidad es difícil de asir: de cierta forma los estereotipos de género se mantienen, pero para movilizarlos hacia otra dirección, para desquebrajarlos con el humor – si bien esa masculinidad inocente y tierna de Jattin tiende a la feminidad, su masculinidad sigue apareciendo como aquello que penetra, aquello que invade, pero solamente para ser invertida en el mismo texto. Los roles de género se exponen en su artifisiosidad que viene a ser desquebrajada por un humor que la trae de vuelta por medio de la gravedad material del deseo erótico desnudo, más allá de cualquier género natural y/o sexual. Se trata del deseo en su gravedad como terrestre, amoral, inocente. Reproduzco aquí uno de los poemas más explícitos en este sentido:
“…DONDE DUERME EL DOBLE SEXO…”
La gallina es el animal que lo tiene más caliente
Será porque el gallo no le mete nada Será
porque es muy sexual y tan ambiciosa que le
cabe un huevo Será porque a ella también le gusta
que uno se lo meta Lo malo es que caga el palo
Pero es el momento más bacano y el orgasmo
es de fiebre ¡Loco! Supersexo para mis seis años
A la paloma no le cabe Pero es lindo excitarla
y hacerse amigo de ella y hacer de ella La
paloma
o sea del palomo el signo sagrado del Amor
Aquel a quien nombro cuando no me duele
en demasía Virgo como un palomo pero penetrable
La pata es imposible La perra no deja
y muerde La cerda sale corriendo La
gata ni pensarlo Chévere la carnera Se
queda quieta La chiva en celo es deliciosa
Se me olvidaba la pava En la alegría sexual
sale a la calle como la perra a putear
De las aves lo más bacano es el pavo
Todos los pavos son maricas Lo aprietan
Claro que la burra es lo máximo del sexo
femenino pero la mula lo chupa Y la yegua
es lo mejor… Pero
La cocinera hace todo Se levanta la falda
y lo trepa a uno a su pubis Te pone las manos
en las nalgas y te culea en esa ciénaga insondable
de su torpe lujuria de ancha boca
El que se ha comido un burro joven sabe
que per angostam viam hay más contacto y placer
de entrar con ternura por donde la naturaleza
aparentemente no lo espera Pero que recibe
en un júbilo que no le conozco a la hembra
Todo ese sexo limpio y puro como el amor
entre el mundo y sí mismo Ese culear con
todo lo hermosamente penetrable Ese metérselo
hasta a una mata de plátano Lo hace a uno
Gran culeador del universo todo culeado
Recordando a Walt Whitman
Hasta que termina uno por dárselo a otro varón
Por amor Uno que lo tiene más chiquito que el palomo
Voy a dejar de lado aquí el contexto socio-cultural de la práctica zoofílica caribeña de iniciación de “comer burra” (es decir de penetrar a la burra como recreación erótica entre adolescentes y algunos mayores), ya que deja perder el poema en una curiosidad antropológica. Las dos últimas estrofas, que le dan sentido y broche semántico a todo lo que se narra y se enumera antes, que en su extensión puede irritar a cualquier par de ojos u orejas sensibles, son realmente el centro poético del poema: Jattin dice lo que quiere decir y generalmente las consecuencias de lo que el yo lírico expone terminan acentuándose al final de poema (como se verá en el siguiente).
La penetración en su dimensión pansexual deviene algo distinto a aquella que nos es común en nuestra cultura: primero porque el coito viene a ser despojado de cualquier honorabilidad, respeto o moralidad (el mundo es “hermosamente penetrable” e invita a la participación en él y su pureza o limpieza radica en su carencia de vestiduras morales); segundo, hay que considerar con atención el último verso, que introduce al mismo tiempo un modo cómico, en el que la homosexualidad viene a derivarse de lo anteriormente expuesto (a lo que renuncia el yo lírico explícitamente por el amigo, el varón) y en el que el “Gran Culeador” viene a ser desmitificado como Gran Macho, de su aura masculina heroica, en su comparación y disminución con el pene pequeño del palomo. Y es que las presuposiciones machistas del objeto feminizado y el sujeto masculino son problematizadas al momento de declarar que el amor es entre el mundo y sí mismo: la frontera entre sujeto y objeto se diluye en la postulación de una masturbación terrestre en la que no hay jerarquías morales, ni roles establecidos, ni perspectivas fijas y dadas.
La masculinidad se muestra entonces trastocada, porque indiferenciada, aunque siga asumiendo la posición de la penetración activa pero no con los signos del capital simbólico masculino en su binarismo genérico: de hecho la mujer aparece, pero no como objeto de deseo sexual por ser mujer, sino por ser parte del todo “hermosamente penetrable”. En este caso la homosexualidad, como también en el caso de otro escritor colombiano Fernando Vallejo, se defiende como una postura ética ante la realidad que desvía las fuerzas devastadoras de la patriarcalidad hacia una vía constructiva, más allá de los géneros y de la jerarquía discursiva de género. Esta visión del amor como elemento constructivo y no reproductivo, en el que la homosexualidad juega un papel importante, se deriva ya de una tradición de literatura gay que va por lo menos hasta De profundis de Oscar Wilde. El hecho de que el amor no se desligue en este caso del sexo no es irrelevante: lo entiendo como parte de un materialismo radical que reclama las dimensiones corporales y sensoriales como parte de las abstractas y espirituales. El amor –emparentado aquí con el arte y la poesía– se expresa materialmente y sobrepasa las categorías abstractas morales y de género como ocurre en otro de sus poemas más célebres:
LA GRAN METAFÍSICA ES EL AMOR
Nos íbamos a culear burras después del almuerzo
Con esas arrecheras eternas de los nueve años
Ante los mayores nos disfrazábamos de cazadores
de pájaros La trampa con su canario De colectores
de helechos y frutas Pero íbamos a gozar el orgasmo
más virgen El orgasmo milagroso de cuatro niños
y una burra Es hermosísimo ver a un amigo culear
Verlo tan viril meterle su órgano niño
en la hendidura estrecha del noble animal Pero
profunda como una tinaja Y el resto del
grupo se prepara gozoso Gozando el placer de otro
La gran religión es la metafísica del sexo
La arbitrariedad perfecta de su amor El amor
que la origina La gran metafísica es el Amor
creador de Amistad y Arte
Eso no me preparó para someter a la mujer
sino para andar con un amigo
La práctica de “culear burra” es perspectivizada aquí como parte de una práctica homosocial o bien homosexual –lo importante parece no ser tanto la burra sino los compañeros, la compañía del placer compartido– que no solamente desliga la sexualidad del género humano, sino también del ámbito de la pareja amorosa y adulta: es la Amistad (las mayúsculas juegan un papel fundamental en la poesía de Jattin), y sobre todo aquella entre niños, la que forma parte de la metafísica del amor y que, desde la perspectiva homosexual, viene a crear un ámbito de ambigüedades que solamente se dejan entender desde una perspectiva pansexual como la de Jattin. La religión como vínculo viene a ponerse en relación con el vínculo erótico “natural” que genera puentes entre los entes terrestres (amigo-burra-amigo) y que, como en la imagen poética, genera nuevas realidades (metafísica) como lo logra hacer también el Arte. Crear nuevos vínculos, más allá de la moral cristiana enajenante con el ambiente, es lo que conceptualmente y por medio del lenguaje simple y directo logra hacer la poesía de Jattin.
El amor excluye en la lógica de Jattin el sometimiento de la mujer, y las implicaciones ante lo “natural” que de esto se deriva, desde una lectura completa de su obra, son cruciales por más de que no se expresen siempre tan explícitamente. El amor, la virilidad, la feminidad, la religión, el sexo, la libertad son todos conceptos que la poesía del poeta caribeño redefine, y su fuerza política se apoya en el lenguaje coloquial, directo y regional que explícitamente demuestra las contradicciones y limitaciones del discurso oficial.
SERENATA
Asómate amor mío
que el cielo ha encendido un fandango
en su comba lejana Y no hace frío
El viento musica entre árboles un gemido
que parece tú sintiéndome el placer
que parece tú inclinado en mi rostro
secreteándome señales en el camino
“Todavía no” o “Aprisa que me muero”
Asómate y no temas a tus padres con su Colt 45
que yo traje el mío
¿Me oyes? ¿No deseas que nuestro amor
realice bajo los astros otra jornada? Como dioses
¿No le echaste al viejo en el café la valeriana
para que duerma y nos deje hacer lo nuestro?
Así te supliqué y no respondiste Después supe
que días antes te habían mandado de vacaciones
a París Para que te olvidaras de mí El poeta
del pueblo Ese que se ha ganado una triste
fama de marica por tu cuerpo adorado
No olvides que a mí ese asunto me tiene sin cuidado
Que es pura envidia Pura tontería de tu viejo
y sus aburridos compadres verdugos de la vagina
y de sus amigos falsos que les gusta mi falo
No olvides que el amor es más valioso
que todos esos juntos Que hemos luchado
aun contra nosotros mismos Que nuestro placer
tiene toda la belleza viril que ellos nunca han tenido
Este texto, que inicia como un poema usual de amor de un yo lírico generalmente masculino a un tú casi exclusivamente femenino, termina poniendo en desorden las expectativas de este discurso lírico amoroso que tiene, por su excepcionalidad de amor entre hombres, que terminar en un texto que justifica o defiende el tono romántico del poema y con él la homosexualidad. Ante la violencia heterosexual, el yo lírico recalca el estar preparado para defender y luchar por su amor; esto hace también del tono del poema uno que cree ser impotente (“¿Me oyes?”), un discurso homoerótico que tiene que reclamar por la escucha. Ahora bien el problema de la homofobia viene a ser explícitamente ligado a la misoginia (“verdugos de la vagina”) y es justamente en esa lucha de géneros en la que se inscribe el discurso amoroso que la desordena o bien la ordena de nuevo.
Uno de los principales propósitos de la exposición excesiva de la masculinidad como fuerza penetrativa –que aparece en varios de sus poemas– es el revelar los sinsentidos del discurso patriarcal que excluye al homoerotismo como parte de la “virilidad” introduciendo así el problema de la homofobia en el terreno de la misoginia. Aquellos hombres que son “falsos” y “les gusta mi falo”, pero que también son “verdugos de la vagina” vienen a ser despojados de la supuesta masculinidad al no participar de un cuadro sexual (el homosexual) donde muy explícitamente se celebra la virilidad. Por lo banal que suene esta crítica, apunta a una obviedad que siempre me ha interesado al momento de pensar los estereotipos masculinos en nuestra sociedad: si el macho se entiende como fuerte y aguerrido, presuponer que el sexo con machos, que en la escena gay muchas veces tiende a la celebración del dolor y a su resistencia –porque es una lucha–, no es de machos, me parece una contradicción implícita en el estereotipo que demuestra su clara fantasmagoría ideológica. Esa contradicción de una virilidad hipersensible ante la homosexualidad se expone constantemente en la poesía de Jattin: el macho es una contradicción en sí mismo. Es justamente esa treta de la masculinidad que es declarada radicalmente peligrosa, verduga de la vagina, y que no hace parte de la verdadera virilidad, la del homosexualismo. Siento que este poema pone de relieve claramente esta paradoja:
ELLA SE LAMENTA
Me hubiera gustado ser varón
para poseerte
Para darnos trompadas en señal de ternura
y de fidelidad
Para ponerme las botas de capataz
y cabalgarte desnudo
Para amenazarte con un revólver
Pero yo
Una mujer
Una simple mujer
¿Qué puede hacer de memorable
en la prosecución de un amor?
El hecho de que en este poema el yo lírico sea femenino, tomando en cuenta que este casi siempre es un yo autorial vinculado al mismo Gómez Jattin, habla de una especie de travestismo con el que aquí, siguiendo los argumentos de Severo Sarduy en La simulación, se parodia los roles de género: la pregunta retórica del final está en incongruencia cómica con lo anteriormente expuesto, con aquello que se supone hace un hombre en la “prosecución de un amor” – si lo que hace el hombre es “memorable” lo que se ha expuesto anteriormente no cuadra en esta categoría, ni tampoco el revolver, ni las trompadas, etc. Lo que se delata aquí como masculino es solamente una bobada, una ridiculez que precisamente se muestra así por medio del humor de la incongruencia entre ideología y realidad. El humor y la ironía funcionan entonces como métodos de exposición que desbaratan lo expuesto en su contrario. Y el trasvestismo con los estereotipos de género expone su superficialidad, su mutabilidad, su impostura y por ende irrealidad al entenderse como constantes, identidades fijas: la performatividad del género queda en evidencia.
El hecho de que el dolor y la violencia sean cifrados complejamente en placer (como aquí con las trompadas y la ternura) – un hecho que se encuentra en varios otros escritores y poetas del canon marica como Jean Genet en Querelle de Brest, Virgilio Piñera en La carne de René o bien toda la tradición de leather y sadomasoquismo como en la obra de Guillame Dustan o Robert Mappelthorpe –4 es también parte de una poética que, apoyada en prácticas de la escena gay, entiende los afectos más allá de la inmediatez moral del juicio contra ellos. Parafraseando a Spinoza se podría decir que se demuestra en este experimento afectivo con el dolor que no sabemos bien de qué es capaz nuestro cuerpo.5 Yo entiendo este rescate de los afectos más allá de los binarismos del Bien y el Mal, es decir esos afectos complicados del dolor en el placer y viceversa, de la ternura violenta, como parte de una estética ecocrítica que, como en la línea de Timothy Morton, entiende la realidad como algo oscuro, ambiguo, hipercomplejo y no clasificable o reducible tan fácilmente a un modelo científico o moral. El escándalo que se deriva de esto radica en la libertad que se toma la voz poética para devenir bárbaro, animal, mujer, etc. – en suma, devenir alteridad, complejidad de afectos incongruentes y que se permite la complejidad de esa incongruencia moral. Pero siempre dentro del marco del Amor, en este caso, del cuidado y la ternura que vienen a ser cifrados, no solamente como características del hombre sino de todo ser humano:
SANOS CONSEJOS A UN ADOLESCENTE
Oye muchacho de mi pueblo
Muchacho hijo de una amiga de otros tiempos
Cuando a uno le gusta un hombre mayor
(Y más si es un poeta como yo) No hace tonterías
tales como mostrarle el nuevo carro de la familia
sin llevarlo a un lugar oscuro y bello
No le habla del precio de la nueva porcelana comprada
en cualquier supermercado de la gran ciudad
sin proponer romperla
Muestra más bien con disimulo el vellón de tu ombligo
y entrega esas miradas borrachas y suspiros de ahogado
que te matan cuando te masturbas bajo la lluvia
en el patio de tu casa
Habla de lo que fuiste o serás
De las rabietas del viejo carramplón
de tu tío rico cuando le robas los dólares falsos
De las patadas que le diste a tu enemigo
Tienes ojos de burro chiquito Diáfanos y entornados
Tienes unos brazos como para forcejear bajo las sábanas
en busca de quién va primero Tienes ahí bajo la piel
una loca angustia de ser violado con dulzura
En la glorificación de la maldad (que se puede derivar de una tradición gay que puede trazarse desde Arthur Rimbaud, Paul Verlaine o más tarde en la obra de Jean Genet) se evidencia un intento ético de inversión de la moralidad establecida; sin embargo, la maldad es cifrada en el código de la ternura y del amor que pretende formular un nuevo código afectivo del erotismo y al mismo tiempo de la masculinidad desde la alteridad sexual: si bien es amoral no es antiético, es radicalmente ético en el sentido que sopesa y remueve los conceptos morales del Bien y del Mal. En este poema la inversión moral se da explícitamente en la pragmática del poema con sus propósitos “educativos” que, antes de traspasar valores morales tradicionales, pretende emancipar al destinatario desde la otra orilla de la experiencia sexual diversa. De esta manera los afectos que pueden ser considerados como “malos” son entendidos en su radical realismo y por ende “naturalidad”: se trata de una visión descarnada de la complejidad de los afectos humanos que no los cataloga en binarismos, sino que los expone en su ambigüedad y complejidad. El Amor ya no es un campo de sacralidad y pureza, sino que es presentado como lo que es: una batalla entre el dolor y la ternura.
Por medio de los ejemplos que he expuesto se puede evidenciar que las consecuencias ecocríticas en el tratamiento del tema amoroso y de la masculinidad en Jattin son evidentes: desde el planteamiento de una perspectiva panteísta y pansexual, en el que sujeto y objeto se funden en un mundo que se masturba a sí mismo; el vínculo entre homofobia y misoginia desarmados en la comparación con el sexo interespecie; la exposición de la complejidad humana en contraste con la simplificación de los roles de género y la virilidad; pero sobre todo en la exposición cómica de los constructos morales y las costumbres de una idea heroica del macho. Se trata de una poética que responde a una ética realista que entiende el deseo como parte de un ámbito más que humano y que, mirado desde esa perspectiva terrestre o bien “metafísica” (para usar la palabra de Jattin), remueve los presupuestos morales y radicalmente humanos sobre los cuerpos y sus relaciones.
