De las buenas intenciones y el cuestionamiento a las nuevas masculinidades: Higiene sexual del soltero de Enzo Maqueira

DOI : 10.56078/cahier-du-crini.230

Résumés

La novela Higiene sexual del soltero (2023) de Enzo Maqueira ha sido leída como un relato de formación en que el niño Junior es obligado a asumir ciertos mandatos patriarcales en la construcción de su masculinidad. El joven se convierte en una víctima del sistema sexo-genérico, a la vez que se transforma también en victimario. Propongo que la novela permite otra lectura en la que tenemos dos capas que se superponen: por una parte, el protagonista que se proclama diferente al resto de los hombres “salvajes”, y culmina por considerarse aliado del feminismo; y, por otra, sus propias acciones que contradicen este discurso, junto a las voces de otros personajes que constantemente confrontan sus aires triunfalistas. Se concluye que Junior, a pesar de que se cree diferente y quiere seguir cambiando, solamente logra modificaciones superficiales de su conducta. De esta forma, el relato cuestiona los límites en la idea de “nuevas masculinidades”.

The novel Higiene sexual del soltero (2023) by Enzo Maqueira has been read as an education novel in which the boy Junior is forced to assume certain patriarchal mandates in the construction of his masculinity. The young man becomes a victim of the sex-gender system, while also becoming a victimizer. I propose that the novel I propose that the novel has two layers that overlap: on the one hand, the protagonist who proclaims himself different from the rest of the men “savages”, and ends up considering himself an ally of feminism; and, on the other hand, his own actions that contradict this discourse, along with the voices of other characters who constantly confront his triumphalist airs. It is concluded that Junior, although he believes he is different and wants to continue changing, only achieves superficial changes in his behavior. In this way, the story questions the limits of the idea of “new masculinities”.

Plan

Texte

Higiene sexual del soltero es la novela más reciente del argentino Enzo Maqueira. Publicada en el año 2023, el título juega con un manual de educación sexual publicado en 1910 por el escritor español Ciro Bay, en el que se enseñaba a los hombres sobre enfermedades venéreas, formación de su virilidad y maneras de relacionarse con el sexo opuesto. Este libro, presente en la biblioteca del abuelo del escritor argentino, fue su primera educación en este ámbito, y una incitación a escribir su propia versión y reflexión sobre la masculinidad en los tiempos actuales (20Minutos, 2024).

En estrecha relación con la novela de 1910, la contratapa de Maqueira revela que este libro refiere los mandatos en la construcción de la masculinidad y nos invita a este viaje de autodescubrimiento de un niño que se convierte en víctima y victimario, producto de la educación patriarcal. Juan Carlos Velarde, crítico de El Sol de Tampico, agrega que termina por convertirse en un hombre que lucha por liberarse de los condicionamientos del género propiciado por la irrupción de la cuarta ola de feminismo. Y, efectivamente, la novela puede resumirse de esta forma. Junior es un niño que al ingresar a la etapa escolar debe aprender cómo se comporta, se viste y se relacionan los “verdaderos hombres”, luego aprende tan bien que se transforma en un joven victimario incapaz de relacionarse de manera sana con las mujeres que lo rodean. Y, al final, se vincula sentimentalmente con una mujer que le enseña de feminismo, drogas y relaciones abiertas, lo que hace que este adulto crea que ha alcanzado el status de macho deconstruido, nueva masculinidad y aliade… sin embargo es posible complejizar un poco más este argumento.

Si se presenta la historia de la novela de esta manera, se podría asegurar que estamos ante una novela de formación. Y lo es. Junior es víctima del patriarcado y se convierte en victimario, luego, descubre nuevos modos de habitar su sexualidad y el crecimiento culmina con algo que podríamos catalogar a simple vista como un final feliz. Pero el relato tiene más capas y profundidades que eso. Desde pequeño el protagonista se siente diferente a los otros hombres, a quienes cataloga como “salvajes”. Se cree distinto por cosas tan básicas como que no juega fútbol y no es agresivo, pero se burla de las mujeres, las engaña, e incluso, comete una violación. Este es el camino de un niño que se vuelve hombre creyendo ser algo que no es y nunca llega a ser. La novela, así, tiene dos historias que se superponen : la del protagonista que se alaba, se victimiza y culmina autoproclamándose feminista en voz propia ; y la historia que le hacen ver las voces de los otros personajes, principalmente mujeres, que de manera constante le bajan los humos triunfalistas y hacen un guiño al lector para que no le demos tanto crédito a lo que el narrador quiere hacernos creer.

Propongo, entonces, que la novela, bajo la apariencia de un bildungsroman cuestiona las buenas intenciones de la llamada “nueva masculinidad”. Este concepto refiere a un interés genuino de algunos hombres de crear relaciones simétricas e igualitarias con las mujeres y los otros hombres. Una búsqueda por nuevas formas de masculinidad que no implique seguir patrones estereotípicos de violencia, agresividad y competencia, asociadas a la masculinidad hegemónica (Boscán Leal, 2008). La novela exhibe que este no es un reto sencillo, como puede parecer en los discursos simplistas. Junior, a pesar de que se cree diferente y quiere seguir cambiando, solamente logra modificaciones superficiales de su conducta, en su ámbito privado y motivados por las mujeres que lo circundan. De esta forma, el relato nos obliga a pensar hasta qué punto y bajo qué condiciones es posible lograr transformaciones sociales reales, profundas y contundentes en el sistema sexogenérico.

El artículo se divide en dos apartados. El primero refiere a los mandatos de masculinidad hegemónica que recibe el niño Junior en la escuela y en su entorno familiar y social. A pesar de que él se considera distinto de los “salvajes” se adapta bien al modelo y se convierte en uno, solapando y justificando cada uno de los comportamientos negativos que ve en sus pares masculinos. En el segundo, se profundiza en la conversión completa de este joven en victimario, capaz de cometer todo tipo de agresiones contra las mujeres. Todo ello sin percatarse del daño que hace o que, incluso, esté seguro de que está logrando una transformación trascendente para desvincularse por completo de los otros hombres, aunque su cambio sea sólo de apariencia. Concluyo con una reflexión teórica sobre el concepto de nuevas masculinidades y la forma en que esta novela nos invita a reflexionar acerca de su verdadero impacto social, más allá de los discursos victoriosos que proclaman una era de mayor igualdad.

1. No se nace hombre se llega a serlo

Uno de los grandes retos para el estudio de las masculinidades ha sido el reinterpretar esta célebre frase de Simone de Beauvoir : “No se nace mujer, se llega a serlo”. Durante muchos años pareció que el ser hombre era una condición intrínseca, que dependía de los genitales y no de un proceso de sociabilización. Tuvieron que pasar varios años para que aceptáramos que así como las mujeres éramos producto de nuestro entorno y educación también los hombres pasaban por un proceso similar de entender qué es ser hombre, es decir, qué se espera de su masculinidad y qué lo haría convertirse en acreedor de aquello que se llama un varón (Marqués, 1997, 17). Junior, el protagonista de esta novela de formación, aprende esto de una manera traumática, como lo viven casi todos los niños a quienes se les exige que sigan el modelo.

Y es que, aunque todas las culturas puedan tener educaciones diferentes en cuanto a lo que se entiende por el ideal de hombre, en todas las civilizaciones y épocas ha aparecido la idea de que no se es macho solamente por el aparato reproductor que se posea. Ser hombre no es una condición biológica natural, sino un estado que se debe conquistar con mucha dificultad (Gilmore, 1994, 22). De esta forma, quienes han estudiado en torno a las masculinidades confirman que incluso por muy disímiles que puedan ser ciertas pruebas o ritos de paso para convertirse en hombres, siempre ocurre dentro de una enseñanza, dentro de un proceso que tiene como finalidad incorporar al sujeto dentro de un orden social determinado. Ese orden social regula el cuerpo, los sentimientos y las acciones de cada sexo (Valcuende del Río y Blanco López, 2015, 3).

Alcanzar ese estatus de hombre implica en la mayoría de las culturas –baste pensar en la nuestra, occidental y patriarcal– ser sociabilizado en un ideal. Ese ideal es el que conocemos como “masculinidad hegemónica” (Conell, 2003) que refiere, en la mayoría de los casos, aprender a ser agresivo y competitivo, también a ser fuerte, exitoso y mostrar autocontrol (Kimmel, 1997, 51). Este es el paradigma que los estudios sobre masculinidades están cuestionando, pues no sólo es el tener que adaptarse a un molde a través de enseñanzas concretas que se propagan en las escuelas, familia y sociedad entera, sino que redunda en un proceso traumático al ser un modelo que ningún hombre es capaz de cumplir a cabalidad. El hombre es la primera víctima del mandato de masculinidad, nos ha dicho académicos tan importantes como Rita Segato (2018) o Pierre Bourdieu:

Los hombres también están prisioneros y son víctimas de las representaciones dominantes. Al igual que las tendencias de sumisión que esta sociedad androcéntrica transmite a las mujeres, aquellas encaminadas a ejercer y mantener la dominación por parte de los hombres no están inscritas en la naturaleza y tienen que ser construidas por este proceso de socialización denominado masculinidad hegemónica. (Bourdieu, 2004, 283)

Junior lo vive en carne propia al ser obligado a seguir este prototipo hegemónico, cuando de niño lo único que quiere es estar cerca de su madre, que le lea libros los viernes por la noche, pintar pájaros y delfines, resolver laberintos y bailar (Maqueira, 2023, 13). Este niño demasiado sensible es sociabilizado en lo que el mismo personaje denomina “la cárcel”, el colegio de curas al que lo obligan a asistir. Tanto sus profesores como sus pares masculinos son los que controlan todo el tiempo cualquiera de sus movimientos, cualquier conducta que mínimamente sugiera la posiblidad de escaparse del ideal de macho. Baila “como una mariposa” (11) creyendo que es un gran bailarín, lo que se contradice con las risas de sus compañeros. Corre “como una nena”, según lo interpela el señor Ganizzo, profesor de educación física que lo vigila de manera constante : “¡No seas maricón !, y otra vez las carcajadas se me vinieron encima” (12).

La primera enseñanza que Junior recibe de sus padres, educadores y compañeros es que no debe actuar como lo haría una niña y, por tanto, no hacer nada que mínimamente sugiera que se comporta como una mujer (Kimmel, 1997, 57) lo que se traduce en no bailar, tener autocontrol, mostrar agresividad. Al no cumplir con las expectativas respecto a esta conducta impuesta son principalmente los pares masculinos los encargados de hacerle ver que no es capaz de adaptarse y cumplir con el modelo. Esto que vive Junior es la realidad de muchos niños y adolescentes que sufren humillaciones por esta razón. Según se ha registrado, el bulliyng en las escuelas en gran parte se produce porque los niños no logran adecuarse al prototipo que se les impone (García, 2010, 68), por lo tanto son víctimas de sus propios compañeros. El acoso escolar es homófobo por cuanto lo sufren en su mayoría “chicos que no siguen los mandamientos de la masculinidad tradicional y son percibidos por sus pares como ‘próximos a lo femenino’”. (Uribe, 2020, 116) Junior es acosado por sus pares por ello, lo golpean, lo persiguen al baño, esperan que esté solo para agredirlo.

Vinculado a lo anterior, ejecer violencia es otro de los atributos que se enseña a los chicos en edad temprana. El bulliyng parece algo naturalizado, permitido e incluso alabado durante el proceso de formación de la masculinidad. Mientras las niñas nunca pueden perder el control ni presentar conductas agresivas, los niños son instados a ello. Esta es otra de las lecciones que Junior recibe de su profesor de gimnasia y que ve de forma constante en sus compañeros, acostumbrados a usar la violencia no sólo con él sino con cualquiera. Golpear es parte de este aprendizaje, los mejores para los golpes son bien vistos por profesores, compañeros y también por las niñas. Él se define como alguien diferente porque no disfruta de la agresividad, pero como modo de supervivencia la adopta en determinados momentos. Ante la insistencia del sicólogo en que aprenda a ser violento, Junior cae en el juego, “El licenciado Levy me explicó que yo necesitaba desarrollar mi agresividad. Un día le clavé la espalda en la rodilla. Me quedé callado del miedo a que le saliera sangre, pero él me felicitó. Había estado muy bien” (15). Así Junior se va haciendo hombre.

El tercer aprendizaje en la vida de Junior es que los hombres no tienen permitido hablar de sus sentimientos. El autocontrol es fundamental para la masculinidad. Él se da cuenta de que esto es una regla para todos los varones, incluido su padre y sus amigos, “Entre nosotros nunca hablábamos de lo que sentíamos. Ni a mí ni a ellos nos habían enseñado a hacerlo” (59), un rasgo que Kaufman asocia también con la adquisición de la masculinidad hegemónica. Un hombre jamás tiene permitido exhibir sentimientos, el proceso de educación implica aprender a suprimir emociones, necesidades y ciertas posibilidades que impliquen empatía, como el cuidar de otros o sentir compasión, porque son experimentadas como inconsistentes con el poder masculino (Kaufman, 1997, 70).

Los hombres también son víctimas del patriarcado y Junior lo aprende desde pequeño, a través del bulliyng que ejecen profesores y compañeros, a través de las consignas de no hacer nada que parezca femenino, ser agresivo y nunca demostrar sus sentimientos. Así el aprendizaje de la masculinidad requiere una adaptación a las obligaciones que se le imponen: dejar de ser tan sensible, usar la violencia física y acatar lo que los otros hombres le exigen. La violencia de sus compañeros no se manifiesta solamente en la agresividad física y las burlas, también en el hecho de que sus mismos amigos lo obligan a adoptar conductas masculinas y asumir riesgos que Junior no quisiera tomar. Es el caso de su primera relación sexual, en que su grupo lo insta a que pierda la virginidad con una prostituta. Tanto él como el Panza Morcillo no quieren hacerlo, pero terminan cediendo ante la presión. Esta es la bienvenida al mundo de los hombres adultos (Maqueira, 2023, 80). Una bienvenida en contra de su voluntad pero que debe realizar para no quedar mal frente a sus pares, para no parecer una mujer ante ellos, para demostrar que es lo suficientemente hombre y que merece el estatus de macho.

No se nace hombre, Junior aprende a serlo en un rito que termina con la pérdida de su virginidad con una prostituta y obligado por sus amigos. En la formación de la educación sentimental se disocia el amor del sexo, se orilla a los hombres a ser agresivos, violentos, se les reprime la capacidad de expresar sentimientos e incluso de sentirlos. La empatía y el cuidado hacia otros es visto como un rasgo femenino, por lo tanto, también se inhibe. Junior aprende a ser hombre a través de un modelo que es impulsado por la escuela, sus profesores, el sicólogo, su familia y su grupo de pares. Junior se vuelve hombre producto de todos los ojos masculinos que lo miran y de los cuales es imposible escapar (Kimmel, 1997, 56). El final del aprendizaje es exitoso:

La socialización de género resulta efectiva principalmente porque ese modelo se vuelve altamente deseable y se retroalimenta constantemente, configurándose como norma un sólo tipo de cuerpo (hombre o mujer), identidad (cisgénero) y deseo (heterosexual), excluyendo y marginando todo aquello que se halla fuera de ésta (intersexuales, transgéneros y homo/bi/asexuales principalmente). (Uribe, 2020, 117)

Junior sabe que es controlado por otros hombres, a la vez que aprende a autocontrolarse, si no para ser como ellos, al menos para no ser objeto de sus burlas. Y es que incluso si Junior quisiera escapar realmente del modelo hegemónico impuesto, ¿a quién se sigue?

El primer vínculo importante lo tiene con su madre, pues es en quien más confía y es ella quien le otorga cierta libertad para expresarse y desarrollarse. Es su madre la que lo insta a que baile, pinte, que muestre sus emociones. Sin embargo, la madre tampoco es un buen ejemplo a seguir y, al contrario, se convierte en un conducto de propagación de esa masculinidad que subyuga. De la madre sabemos que de joven tenía sueños que se vieron truncados por su matrimonio y la familia; que quiere trabajar pero acepta no hacerlo porque su marido se lo impide. Sus conversaciones son frívolas, “mamá contaba su charla con el peluquero que le había teñido de colorado pero no era el colorado que ella quería” (88); sus enseñanzas son machistas y regidas por la agresividad que se espera de los hombres, por ejemplo, ante el sufrimiento de su hijo por no conseguir una novia, le aconseja que si una mujer se le resiste Junior debe “conquistarla”. El patriarcado es tan efectivo que las mismas mujeres se convierten en cómplices.

Es peor respecto a los modelos masculinos que lo circundan. De los mayores no sólo aprende sino que refuerza todos estos atributos de la masculinidad hegemónica. Ganizzo, su profesor de educación física es un hombre violento, que se burla de las mujeres. Lo trata de “maricón”, de “señorita” y se ríe de él durante toda la infancia. Además, es un tipo que propicia y fomenta la agresividad entre los alumnos, es él quien organiza las peleas entre los niños. Lo mismo ocurre con el adulto responsable que coordina y acompaña en la gira de estudios. Junior alcanza a atisbar que el sujeto es un pedófilo que persigue a las menores de edad, “un facherito de cama solar que andaba siempre rondando a las chicas” (106). A la vez es un solapador de la violencia que los jóvenes ejercen sobre sus compañeras. En lugar de ser autoridad e imponer respeto, se suma a la burla que los chicos hacen respecto a los cuerpos de sus compañeras.

Si bien Junior puede ser más crítico con los adultos encargados de su educación, con su padre el reto es más difícil porque siempre teme de su reacción. Pero el padre también le teme a su hijo, lo que hace que la relación siempre sea infructuosa porque parece imposible que logren comunicarse. El padre ha depositado en su hijo varón muchas expectativas de masculinidad hegemónica y ve con sospecha que Junior no pueda cumplirlas. Quiere que su hijo juegue fútbol, porque eso es lo que se espera de los niños. Le regala una camiseta de San Lorenzo para su cumpleaños y lo obliga a jugar con otros niños. El futbolista es una de las imágenes más frecuentes del macho hegemónico. Es el contexto que permite desarrollar la performance de masculinidad, una metáfora del proceso de aprendizaje para constituirse en un verdadero hombre (Valcuende del Río y Blanco López, 2015, 10). Este deporte “se caracteriza por una estructura institucional competitiva y jerárquica” (Conell, 2003, 59), que implica que quien no entra en la dinámica posea una virilidad trunca. Un macho incapaz de competir estará también imposibilitado de ascender a un rol jerárquico en la escala de las masculinidades.

Este estigma es el que el padre de Junior no puede sacarse. Su hijo no juega fútbol, no es agresivo, no sabe defenderse y además se deja mandar por la novia. Subyace bajo estos cargos el miedo del padre a que Junior sea homosexual, como se lo hace ver en reiteradas ocasiones y en pos de ese temor recrea frente a su hijo una performance de masculinidad hegemónica: “Señaló una mujer y dijo: ‘Tremenda hembra. ¡Mirá lo que son esas tetas!’, como si fuera uno más de los pibes, y a mí me dio impresión escuchar que papá hablara así, y la impresión se convirtió en vergüenza cuando gritó: ¡¡¡Belleza!!!, y la mujer siguió de largo como si no lo hubiera escuchado” (68). Todas las enseñanzas del padre, de esta forma, van encausadas a hacer de su primogénito un verdadero hombre, que cosifique a las mujeres, que las use sin permitir ser vulnerable, que los otros machos no se rían de él.

Junior no está de acuerdo con mucho de lo que su padre representa, pero el sistema parece estar tan bien diseñado que incluso en contradicción, Junior entra en la homosociabilidad que todo permite. El hijo justifica todos los comportamientos del padre, a pesar de saber que no son ejemplos positivos. Justifica mediante la clase: su padre era un campesino que no tuvo educación, con un padre que lo abandonó cuando niño, que creció recibiendo golpes y tuvo que trabajar desde los nueve años para salir de la pobreza. Justifica por su crianza: le enseñaron que él debía ser el macho proveedor y nunca demostrar sus emociones y vulnerabilidades, le enseñaron que se podía ser infiel mientras no descuidara a su familia. Lo justifica incluso cuando ve sufrir a la madre por esto:

También comprendía a papá y que necesitaba despejarse un poco. Había consagrado su vida a trabajar de lunes a viernes, a veces también los sábados, doce horas por día ; llegaba a casa cansado y seguía haciendo cuentas, cenaba, miraba un rato de televisión, se bañaba para el otro día repetir lo mismo. Yo sabía que me correspondía odiarlo por lo que había hecho, pero por lo menos me había enseñado que la vida de un padre era algo más que trabajar para mantener a su familia (127)

Lo excusa. En esta homosociabilidad incluso lo reprochable tiene alguna justificación. Estos ejemplos masculinos adultos, si no enseñan a Junior a reproducir fielmente el modelo, al menos lo educan en la cofradía. Si no es capaz de reproducir el ideal hegemónico y participar activamente de las agresiones, al menos se convierte en testigo silente que lo hace una masculinidad cómplice. Escuda al padre y nada hace por impedir el maltrato de sus pares a sus compañeras. No es quien inicia estos juegos misóginos, pero sí participa con las risas y las burlas, por ejemplo, de la lista en que catalogan a sus amigas por sus cuerpos. Este niño-joven-adulto que todo el tiempo insiste en ser tan diferente a sus pares, “los salvajes”, que tratan mal a las mujeres o se golpean, realmente no lo es tanto.

A sus amigos no los considera dentro del grupo de los salvajes porque no se golpean, pero presentan muchas otras actitudes tóxicas. Su amigo Nene Herrera, por ejemplo, le dice que escuchó como consejo que hay que conseguir un pañuelo mojado en cloroformo para desmayar y poderse coger a una mujer, pero que deben procurar que no sea del colegio para no tener represalias (73). Junior calla. Danny, el que simula ser menos salvaje porque es fiel, filma un video porno de la novia y cuenta que lo va a guardar por si algún día “se porta mal”; también habla de ella con oraciones como que la tiene amaestrada. Junior no comparte “la forma en que se refería a su novia como si fuera el delfín de un acuario” (226), pero tampoco hace nada por impedir que hable así de ella. Junior guarda silencio siempre. Parece incapaz de ver lo salvajes en sus amigos, tal como justifica la infidelidad del padre. El niño en lugar de oponerse a la violencia se llena de tics nerviosos y se autolesiona (31), sigue la corriente de quienes quieren imponerle u obligarlo a asumir un determinado comportamiento masculino. De joven aprende a mentir y es capaz de hablar de fútbol con el padre o hacerle creer que tiene sexo con muchas mujeres. De adulto aprende tan bien de las mentiras que termina reproduciendo lo que se negaba a ser.

Con esta educación en un modelo de masculinidad hegemónica que es imposible de seguir y con ejemplos negativos que ve en otros hombres resulta casi imposible escapar de la reproducción o complicidad. “Los hombres somos víctimas del patriarcado y es por eso que, secundariamente, victimizamos a mujeres, a hombres que no cumplen con los mandatos de género” (Azpiazu, 2017, 55). Este niño que originalmente presenta posibilidades de ser analizado como víctima, se convierte en un joven y un adulto salvaje. De masculinidad cómplice pasa a ser un victimario más: agresivo, indolente, “un macho”.

2. El salvaje que habita dentro

El niño tierno que bailaba y dibujaba se va educando en el alma salvaje y aprende a imitar la conducta de los otros hombres que lo rodean. Adultos y pares se vuelven el referente a quienes debe rendir cuentas, quienes aseguran constantemente su masculinidad. Parte de la enseñanza viril es probar que el aparato reproductor funciona para darse placer. De Jiménez aprende a masturbarse con el brazo en lugar de hacerlo con el piso. Descubre las revistas pornográficas y sexualiza a sus compañeras. En su interior desea no parecerse a quienes considera los salvajes, pero no puede evitar ser uno. Odia cómo sus compañeros tratan a las mujeres, pero no sabe tratarlas de otra manera y las cosifica de la misma forma.

Mientras Alex se burla de Karen él busca hacerlo diferente, la ayuda con los trabajos de biología y está convencido de que la trata con respeto, pero a la vez la cosifica pensando en sus tetas, su cintura. Detrás de este supuesto trato respetuoso que cree sostener se esconde una profunda rabia hacia ella y una latente misoginia : “Volvimos los tres en colectivo, hablando de música, de lo gorda que era la madre de la cumpleañera, de lo puta que era Karen chuponeándole la cara al banana ese. ¡Y la petisa bailando con el otro asqueroso!, me indigné. ¿Cómo le podía dar bola? ¿Qué le veía? Era repugnante con la cara infestada de granos” (58). En el fondo la odia porque su amor no es correspondido, lo que se extiende a todas las mujeres que no lo eligen: “ni la inteligencia ni tocar el piano ni tratarlas bien servían de nada” (70).

Frente a ello desarrolla conductas agresivas hacia las mujeres, entre ellas, engañarlas para poder tener sexo. Es a él a quien se le ocurre filmar una película porno y quiere engañar a las jóvenes haciéndoles creer que es hijo de un productor. Cuando pasa a segundo año cree tener mayores oportunidades con las niñas porque son más chicas, lo que implica tener mayor poder para abusar de ellas. Con su primera novia, Maia, a pesar de estar enamorado, al poco tiempo comienza a engañarla. En un inicio la prefiere frente a sus amigos, pero muy pronto se comporta igual o peor que ellos. Como en el caso de la justificación homosocial ante la conducta del padre, él también aprende a justificar su propia conducta. No es que él quiera ser así con su novia, es ella la que lo orilla a eso por celosa, histérica, escandalosa y manipuladora. La culpa no es de Junior sino de Maia.

Por eso empecé a mentir. Al principio, para que Maia no se enojara por una pavada. Le decía que me acostaba a dormir la siesta, pero me iba a jugar al fútbol con los pibes ; inventaba una cita con el dentista, y en realidad acompañaba a mamá al supermercado (también le molestaba que saliera con mamá, por eso de que yo era sobreprotegido) ; mentía para buscar la manera de hacer todo lo que a Maia le parecía mal y que solían ser los planes que la dejaban fuera (103)

Junior se victimiza. Él no es culpable, es ella. Ella es culpable de que le mienta y la engañe. La infidelidad es un deporte porque ni siquiera la engaña con mujeres con quienes pueda establecer una proyección amorosa. En esas aventuras igualmente maltrata a las mujeres que le sirven para el engaño. Si alguna anota su teléfono, él lo bota porque, “babeaba demasiado y tenía un gusto asqueroso a cigarrillo. Además esa risa de ganso me provocaba vergüenza ajena” (120). Aunque sabe que no actúa de manera correcta no se arrepiente, “las mentiras se acumulaban sin que me diera culpa” (120).

Esta misoginia internalizada se va acentuando hasta convertirse en un salvaje. Para él las mujeres no deben sentir deseo sexual y si lo hacen deja de quererlas, cree que ellas solamente pueden interesarse en el dinero, en definitiva, una lista de estereotipos que nada tiene que ver con el sujeto femenino real, sino con una construcción cultural patriarcal. Las mujeres son las culpables de que él no pueda ser fiel, de que él no logre saciar su apetito sexual, de tener que engañarlas. “Poseer, tomar, penetrar, dominar y afirmarse, usando la fuerza si es necesario” (Badinter, 1993, 123) es lo que Junior hace. Las engaña para tener relaciones sexuales e, incluso, cuando esto no funciona, se convierte en un agresor.

La escena de la violación es clarificadora en este punto. Aunque Katy, la colombiana que conoce en Nueva York, le asegura que no quiere nada con él, Junior aprovecha el alcohol para instarla. Aunque ella le repite varias veces que no está segura de querer tener relaciones sexuales con él, Junior insiste y le jura que la ama con el fin de que ella ceda, “ya la tenía atrapada, ya le chupaba las tetas, le sacaba la bombacha mientras ella suspiraba que no y yo le mostraba lo dura que la tenía, me ponía un preservativo y le apuntaba al agujero donde iba a entrar para descargarme” (139). El amor se esfuma después de la eyaculación y se muestra tan insensible a la violación que acaba de cometer que incluso piensa que ella está molesta porque él decide no pasar la noche con ella y no porque acaba de ser violada. Parece que nunca descubre el delito que cometió y prefiere pensar que Katy decide no propiciar otro encuentro sexual porque su novio tiene el pene más grande.

La empatía no es algo que Junior haya aprendido. Justifica sus infidelidades; cuando Maia decide terminar la relación, él le grita y la insulta; exculpa a su padre de los engaños a su madre y en medio de todo esto se sigue considerando diferente a los salvajes. No ve esta similitud ni siquiera cuando sus propios amigos se lo hacen ver, o cuando tiene otra novia y sigue reproduciendo las mismas actitudes. Ahora es Romina la celosa, la histérica, la desconfiada y él la víctima orillada a engañarla, hasta el punto de tener relaciones sexuales con otra mujer sin condón. La indolencia se da con ambas mujeres, con la aventura de una noche a quien quiere obligar a tomar la pastilla del día después sin preocuparse de las reacciones adversas que ello implique; así como con su novia, porque lo que le importa es no ser padre y no la probabilidad de contagiar de alguna enfermedad venerea a Romina, “Cuando volvimos a vernos, no tuve el valor de decirle que nos cuidáramos […] Me sentía una basura por ponerla en riesgo, pero mucho más por mi cobardía” (193), pero le resulta fácil exculparse y justificarse con los celos de ella, “logró que la culpa ya no me molestara tanto” (193). Así, pone al mismo nivel los celos que la posibilidad de enfermarla y no le preocupa hacerse el test de VIH hasta que le advierten que Renata está infectada, varios años después.

En esta complejidad del personaje radica la aguda crítica que Enzo Maqueira realiza a la educación machista. Junior, a pesar de estar diferenciándose de los salvajes de manera constante, casi como una letanía y por cosas tan banales como que no le gusta jugar fútbol, muestra a un joven y adulto nefasto que en ocasiones puede ser mucho peor que cualquiera de sus amigos y enemigos. Aprende tan bien las lecciones homosociales que se convierte en un experto en la mentira, en el engaño, en la justificación de cada uno de sus comportamientos negativos. Fluctúa en el autodescribirse como culpable y sentir autoconmiseración. Victimario, sin duda alguna, pero a la vez, con intenciones de ser él la víctima de sus parejas celosas y de todas las mujeres. Un tópico frecuente en los nuevos tiempos que corren en que el ideal masculino se encuentra en crisis. La amenaza a esta falta de entendimiento se traduce en comportamientos confusos y contradictorios, actitudes y posicionamientos ambivalentes (García García, 2010 ; Martínez y Pérez, 2020).

Junior termina convertido en el salvaje que no quería ser de niño. Esta novela de educación en la masculinidad hegemónica termina siendo un bildungsroman en el momento en que Junior es arrojado a la adultez habiendo adoptado el modelo. Y es que tal como indica Antonio García (2010) sería imposible que esto fuera de otra manera porque no existen modelos masculinos sanos con los cuales identificarse. Los jóvenes se pierden y repiten los mismos errores porque a pesar de tener las mejores intenciones, sin un ideal favorable lo que queda es mayor confusión que se disfraza con cambios superficiales. Rescato el hecho de que deja de intentar convencer a las mujeres para tener relaciones sexuales con él y la primera vez que besa a Romina le pregunta si puede hacerlo. También el cuestionarse y avergonzarse de sus actos, “Para mí, los hombres eran salvajes. No me entraba en la cabeza cómo era posible que a las mujeres les gustaran. Yo mismo me avergonzaba de ser como era […] cada vez que me descubría haciendo las mismas cosas que papá había hecho” (167). Aunque rápidamente estos pensamientos sean coartados con nuevas justificaciones que recaen en que las mujeres son las culpables, al menos a veces se manifiesta un cuestionamiento crítico.

Cambios superficiales, al contrario, tenemos al por mayor. Sus cambios son estéticos, de apariencia, no de fondo. El gran paso es tener un amigo gay, empezar a ir a las “maricotecas” y tener una experiencia sexual con una mujer trans. También que empieza a sentir deseo sexual por mujeres con apariencia más varonil, en definitiva, la fantasía sexual masculina de tener sexo con lesbianas. No deja de lado las infidelidades, solamente encuentra a una pareja que no cree en las relaciones monógamas, lo que le permite estar con muchas sin que sea motivo de discusiones. Prepara el desayuno, acorde a lo que ocurre hoy en las narcoseries mexicanas en que vemos a narcos muy machos realizando tareas domésticas como cocinar y lavar los platos y creemos que ahí ya hay un avance considerable (Vásquez Mejías, 2017). Decide no mantener a su novia para no admitir el rol de proveedor y logra controlar los celos. Aprende a no manipular para tener sexo y conformarse con la masturbación.

Lo vemos jactarse de sus “nuevas conductas”, pregonar su lucha contra los salvajes (266), autoproclamarse como aliado y asegurar que el feminismo lo está cambiando:

Sentía que el feminismo me había liberado. Las amigas le decían a Sony que yo era un “aliado”, un “aliadín”, que me faltaba mucho para deconstruir… Pero para mí era al revés : estaba reconstruyendo lo que alguna vez había sido, antes del colegio de los Hermanos, de la televisión y de las presiones por ser el hombre que tanto me había resistido a ser. (269)

Mientras Junior se felicita por su “liberación”, tenemos una capa más profunda. La voz de las amigas de Sony se interpone y recrimina, lo que permite ese cuestionamiento que hace la novela al interpelarnos y obligarnos a preguntar hasta qué punto las nuevas masculinidades pueden ser una realidad. Las mismas acciones de Junior, pocas páginas después, nos confirman esta dualidad porque otra vez lo vemos caer en la misma masculinidad hegemónica. Cuando Sony queda embarazada lo primero que ocurre en su cabeza es la posibilidad de que no sea su hijo, porque tienen una relación abierta y han hecho tríos con otros hombres. El cambio es que en lugar de recriminarle algo que no puede recriminarle decide guardar silencio y no externar estas dudas. Lo mismo que hace respecto a su amigo Danny cuando le asegura de que no se arrepiente de haber sido fiel a su novia a pesar de que ella lo ha dejado, la respuesta le parece una “pelotudez”, pero no se lo dice.

El salvaje que tiene adentro, producto de esta educación machista y falta de modelos positivos, en resumen, solamente puede presentar cambios leves que no representan una modificación en el modelo sino son más bien personales, como el intentar expresar sus sentimientos ; decidir no ser proveedor y, por ende, no cargar con una familia; guardar silencio a pesar de tener pensamientos machistas. Y cambios superficiales, de simple apariencia. El día del lanzamiento de su canción se viste queer, Sony le presta una minifalda de cuero, se pone una musculosa abierta y unas zapatillas que nunca se había atrevido a usar porque le parecían de mujer, usa peluca, se pinta los labios, las uñas y los cachetes y se cuelga un collar dorado.

Los estereotipos de género han establecido que el sistema hombre/mujer se rige por la educación que recibe cada sexo. Como se ve en la novela, una de las cosas que más preocupa al sistema patriarcal es el que los hombres parezcan y se comporten como “hombres”. En esa imposición la vestimenta que se le permite a cada uno es completamente rígida, hay colores asignados a cada sexo y determinados trajes para cada cual. Vestirse con accesorios o prendas que son asociados tradicionalmente a lo femenino es una de las apuestas más visibles de estas nuevas masculinidades. Para el académico Ismael Ocampo (2019) esto se traduce en un cambio superficial en el que se rinde culto al cuerpo y se alaba al sujeto masculino por poseer un físico admirable, “Una de las variantes de las llamadas ‘nuevas’ masculinidades está relacionada con una mayor implicación de algunos hombres en el cuidado de su estética y cuidado corporal, al cual podemos denominar como ‘modelo hedonista de masculinidad’” (72). Hedonismo sin una transformación en el modelo, sino una masculinidad de clase media y clase alta, capitalista y neoliberal, preocupada del consumo, lo que en lugar de constituir un quiebre con la masculinidad hegemónica, se convierte en una suerte de “androginia mediática”, una estrategia de marketing, un estilo que implica una distinción social para quien lo exhibe y no una auténtica igualdad entre los géneros (Hernández Ochoa, 2011, 581).

Para Carlos Eduardo Figari, en cambio, los crossdressers no responden solamente al mercado, sino que son sujetos que aunan esta feminidad en la vestimenta con el ejercicio de una heterosexualidad flexible.

Aunque pueda existir alguna fascinación particular en el uso de las prendas femeninas, la dinámica de la situación, entre el grotesco y el juego, supone un grado de acercamiento físico entre hombres más que un disfrute específico desde la feminización de las actitudes y comportamientos. Las prendas femeninas, el juego del crossdressing, el contexto de fiesta y mucho alcohol actúan a modo de camuflaje y disculpa, facilitando y habilitando el contacto físico, el toqueteo y hasta mucho más. En muchas fiestas de hombres, donde el alcohol u otras sustancias entran en juego, lo erótico aparece en una modalidad muy especial de roces, exhibicionismo, toque y acercamientos. El grotesco se convierte en una excusa, la payasada o la imitación burlesca en un camuflaje para burlar las defensas del acercamiento erótico entre varones heterosexuales. (110-111)

Para Figari, esto no tendría necesariamente un valor negativo, en la medida en que permitiría conectar sexual y emocionalmente con otros hombres. Tal como ocurre en el caso de Junior, las reglas y estereotipos se flexibilizan y ello puede ser un camino positivo a la larga, pero nada que mínimamente haga tambalear al sistema patriarcal en su esencia, al menos por el momento, tal como se lo hacen ver otros personajes. Ante el triunfalismo del protagonista, que parece que siempre está pensando que es el más deconstruido, siempre hay una voz que lo contradice.

Así como las amigas de Sony lo llaman “aliadín”, cuando Junior llega al lanzamiento de su canción vestido con la ropa de su novia y declara que puede ser el primer artista queer de la historia, Brisa le recuerda que la historia está llena de artistas queer y se burla de sus pretensiones y su ego. Mientras él cree que está aprendiendo a expresar sus sentimientos, porque transforma a sus amantes en amigas, ellas se aburren : “Reflexiones como esas aburrían a mis chongas, y me pasaba el tiempo contándoles de papá, de mamá, de lo que había sufrido últimamente […], cómo mis amantes se habían convertido en mis amigas” (257). Actitudes como esta reafirman la crítica que hace el académico mexicano Roberto Garda, “El hombre de las nuevas masculinidades antes te controlaba con su enojo y ahora con su llanto” (Requena, 2022). El camino de la deconstrucción y el quiebre con la educación patriarcal está llena de buenas intenciones y pocos resultados concretos.

3. Conclusiones. El cuestionamiento a las nuevas masculinidades

El antropólogo Claude Lévi-Strauss (1979) al insertar en la discusión teórica el concepto de “salvaje” enfatizó en el hecho de que nadie se autodefine de esa forma. Siempre hay un alguien que se declara “civilizado” frente a unos otros considerados diferentes, lo que están mal, los peligrosos. El peligro nunca radica en uno mismo, el yo civilizado pugna contra un otro catalogado de bárbaro. La primera conclusión que nos deja esta novela es acerca de la liviandad con la que podemos recriminar las conductas ajenas y justificar esas mismas prácticas cuando somos nosotros quienes las llevamos a cabo. El peligro radica en la incapacidad de la autocrítica.

En la actualización del salvaje de Lévi-Strauss, –y para el caso concreto de las masculinidades– Jokin Azpiazu prefiere utilizar la metáfora del alien. Tal como ocurre en la película, en la tercera y cuarta parte de la saga, el alien, eso “extraño”, “ajeno”, no es un enemigo que provenga desde fuera, “es el enemigo que crece dentro de nosotros y en el que nosotros hemos crecido. Propongo que miremos la violencia de género y otras expresiones de las violencias derivadas del sistema androcentrado nunca desde fuera, nunca pensando ‘yo no soy eso’, nunca desresponsabilizándonos” (Azpiazu, 2017, 53). Todo de lo que peca nuestro protagonista a pesar de creerse diferente, crítico y transformado. En lugar de asumir la responsabilidad, el cuestionamiento es dirigido hacia los otros en el olvido total de las propias culpas. Junior, al ser incapaz de verse a sí mismo como un salvaje, al desconocer el alien que lleva dentro, lo único que puede ofrecer son cambios superficiales, cambios de apariencia y en el ejercicio de su sexualidad. Estas son modificaciones de hábitos que no alteran en nada el modelo de masculinidad hegemónica. En su vida diaria, en lo profundo, todo sigue en el mismo punto que cuando era un niño.

La falta de autocrítica, asimismo, no sólo lo deja en el mismo punto en el que empezó cuando niño, también lo sitúa en una imposibilidad de avanzar por sus propios medios. Junior, en esta vanagloria, está incapacitado para ver que nada de lo que logra es por sus méritos y que vive supeditado a la voluntad de otros y de otras. Él es un personaje sin agencia que reacciona en dependencia de lo que otras –principalmente mujeres– deciden para él. Otras son responsables de lo bueno y de lo malo que le acontece: las mujeres malas, celosas, histéricas, de sus malas decisiones ; las mujeres buenas, de sus cambios y aciertos. Junior viaja a Nueva York porque Maia lo insta a hacerlo; decide estudiar la Tecnicatura Superior en Compositor Musical porque ella elige esa carrera para él, “De a poco iba entendiendo de qué se trataba esa carrera que Maia había elegido para mí” (149) ; cuando decide ser fiel lo hace por su nueva pareja, no por su propia voluntad, “yo le repetía mi historia de lo mal que me había portado, lo mucho que necesitaba cambiar, lo feliz que me haría que ella me diera la oportunidad de redimirme” (184)… portarse bien, redimirse, nada que involucre una voluntad de cambio real motivado por sí mismo.

Igual ocurre con Sony, es ella quien lo insta a tener una relación no monógama y él acepta por ella, “Yo intentaba estar a la altura de Sony, me enorgullecía cada vez que lo lograba, pero ella siempre daba un paso más, me empujaba a salir de mi zona de confort, me obligaba a desafiarme” (262). Las celosas lo orillan a la infidelidad, Sony, la buena mujer, en cambio, lo lleva por el camino de la libertad. En ninguna de las rutas, sin embargo, se ve una resolución propia. La conclusión la da el mismo personaje sin ser capaz de ver lo que hay detrás de una afirmación de este tipo: “a esa altura de la relación, ya había entendido que siempre iba a ser ella la que eligiera. Mi rol era entregarme a sus deseos” (280). La falta de crítica a sus propios actos lo deja como un sujeto perdido esperando siempre que otras mujeres decidan y actúen por él, que otras lo ayuden en su desarrollo personal. Ser un macho negativo o ser un hombre deconstruido depende de sus parejas, no viene de su propia conciencia. Ante ello es imposible que exista un cambio real en Junior.

Ejercer una “nueva masculinidad” no podrá ser factible mientras no exista una autocrítica al modelo hegemónico que se ha introyectado y a la forma en que ese ideal se lleva a cabo en los propios hábitos. Ante esta falta de cuestionamiento lo que nos queda son personajes como Junior, convencidos de que están propiciando cambios pero en el fondo son sólo portadores de una etiqueta comercial. “Yo tenía un tío que era comerciante y vendía cera. Empezó a vender el doble cuando puso ‘nueva’ en una tirita a esos saquitos de cera. Decía ‘mi gran logro en la vida fue haberle puesto esta franjita que dice ‘nueva cera Virginia’” (Camacho, 2023). Esta anécdota de Pablo Simonetti resume el vacío de una concepto cuando no hay una sustancia en ese cambio. No es menor que la haya referido en un conversatorio sobre este tópico en la Feria del Libro en Guadalajara, en compañía de los escritores Enzo Maqueira y Andrés Neumann.

La novela de Maqueira propicia así una dicusión en torno a las dificultades que implica adoptar una nueva manera de ser hombre y la falta de autocrítica que impera en esa adopción. Las preguntas que rondan durante todo el relato son si un hombre víctima del patriarcado puede escapar de su rol de victimario y también si es que las modificaciones superficiales suponen un requebrajamiento del modelo o solamente sirven como auto-halago. La respuesta parece ser muy concreta. La novela va en la línea de aquellos académicos que ven con suspicacia este triunfalismo al proponer que los cambios se dan en lo retórico y en lo estético, en las modas andróginas o el crossdressing, pero que no alteran en profundidad las relaciones de poder (Lorente, 2009). Junior se siente “liberado” porque consume drogas, sostiene una relación poliamorosa y ha decidido no ser un macho proveedor, sólo transformaciones que recaen en lo individual, acorde al sistema neoliberal en el que habitamos, y que no interponen acciones conjuntas y sociales. A esta actitud, propia del personaje, Daniel Jones lo califica como auto-centramiento:

Con el auto-centramiento me refiero a los discursos que enfatizan que estos cambios de los varones deben darse en la experiencia e identidad personales sin problematizar las relaciones de género asimétricas en términos de poder, que constituyen el orden sexo-genérico patriarcal dentro del que nos movemos y que reproducimos. El lema feminista “lo personal es político” es reinterpretado en una clave individualista que concibe al cambio personal como objetivo último, sin plantear la necesidad de que los varones analicemos nuestras posiciones y prácticas como grupo. (Jones, 2022, 4)

La novela plantea una debate necesario en torno a ello, a la falta de autocrítica y a la insistencia de creer que con modificaciones superficiales, breves y motivadas por otros y otras, se puede lograr algo. La novela se une así a una discusión que se está dando actualmente en el terreno de las ficciones con casos muy populares, como la serie española Machos Alfa (2022-2025), que puede ser estudiada bajo estos mismos parámetros ; así como en la invitación que han hecho desde sectores académicos y no tan académicos (Sinay, 2006) a mirar con un poco de recelo este concepto de “nuevas masculinidades” que, sin reflexión y acción profunda, más que un cambio de paradigma sólo podrá ser una consigna políticamente correcta.

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Notes

1 Este artículo forma parte del Proyecto Anillo ATE220025 “Despatriarcar y descolonizar desde el sur de Chile: género e investigación en la Formación Inicial Docente”. Retour au texte

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Référence électronique

Ainhoa Vásquez Mejías, « De las buenas intenciones y el cuestionamiento a las nuevas masculinidades: Higiene sexual del soltero de Enzo Maqueira », Cahiers du CRINI [En ligne], 5 | 2025, mis en ligne le 25 novembre 2025, consulté le 03 décembre 2025. URL : https://cahiers-du-crini.pergola-publications.fr/index.php?id=230

Auteur

Ainhoa Vásquez Mejías

Universidad Austral de Chile

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