División sexual del trabajo en el Caribe Sur de Costa Rica: una mirada a la población afrodescendiente en la primera mitad del siglo XX

DOI : 10.56078/cahier-du-crini.103

Résumés

El artículo explora las concepciones sobre la división sexual del trabajo entre pobladores afrodescendientes del Caribe costarricense durante la primera mitad del siglo XX. Para ello, procura explicar la manera en que está construido un mundo sexuado y las posibilidades y limitaciones para romper su lugar tradicional de género. La fuente primaria de información está constituida por entrevistas realizadas a hombres y mujeres afrocaribeños, las cuales se analizan a partir del enfoque biográfico. Se concluye que la configuración del género contribuye a configurar una división sexual del trabajo con rigideces, pero también con posibilidades para transgredir el lugar de género. 

This article explores the notions of the sexual division of labor among Afro-descendant people in the Costa Rican Caribbean region during the first half of the twentieth century.  To this end, it aims to explain how a sexed world is created and the possibilities and limitations of breaking its traditional gendered place. The direct source of information is based on interviews with Afro-Caribbean men and women, which are analyzed using a biographical approach.  It is concluded that gender configuration contributes to configure a sexual division of labor with rigidities, but also with possibilities to transgress the place of gender.

Plan

Texte

El presente trabajo se aproxima al análisis de la división del trabajo de la población afrodescendiente de Limón, provincia del Caribe de Costa Rica, en la primera mitad del siglo XX. Dicha provincia, desde la década de 1860 y hasta 1950, fue dinamizada por la construcción del ferrocarril y el ingreso de la producción bananera en manos de la United Fruit Company (UFCo). Estas atrajeron a migrantes afrocaribeños vinculados por los circuitos de migración entre el Caribe y Costa Rica y expulsados por las duras condiciones poscoloniales del Caribe (Viales 1998, 45). Algunos han rastreado las primeras llegadas a Limón desde 1863, principalmente de antillanos. Fue entre 1905 y 1919 el período de mayor intensidad de llegada, para disminuir luego de 1914 por el declive de la actividad bananera (47-48).

Dentro de estos procesos migratorios dirigido al Caribe costarricense, se pueden ubicar contingentes poblacionales que provinieron de Cuba, Santa Lucía, Saint Kitts, Gran Caimán, Trinidad y Tobago, República Dominicana, Providencia, Aruba, Barbados, Guyana, San Andrés, Belice, Honduras, entre otros países (Senior, 5). Jamaica aportó la mayoría de las personas migrantes afrocaribeñas en Limón a inicios del siglo XX (Viales 1998, 50), lo que tuvo gran importancia en el perfil poblacional de dicho lugar en los años venideros: en 1883, el 47% de la población era considerada negra y el 68,5%, extranjera (Senior, 34). Entre 1905 y 1919, se observa la mayor intensidad de llegada de personas jamaiquinas (Viales 1998, 47-48) de manera tal que, en 1904, de un total de 5600 trabajadores reportados por la UFCo, 4000 eran de este origen (Senior, 20). Aunque esta migración tendió a disminuir con posterioridad, en 1927 las personas jamaiquinas representaban un 28% de la población limonense (Viales 1998, 50). Para ese año, en Limón, se configuró una población con un fuerte predominio de personas consideradas «negras» (54% de la población) y extranjeras (69%), con un alto índice de masculinidad (120,7 hombres por cada 100 mujeres), en su mayoría jóvenes (una edad promedio de 26,6 años), y que se desempeñaron principalmente como empleados (con predominio en el sector agrícola) o en trabajos por cuenta propia (Viales 1998, 62-63).

La industria bananera limonense distó de ser homogénea, pues existieron relaciones entre tres grandes grupos: la UFCo, «los cultivadores privados y la fuerza laboral» (Casey, 132). Entre los cultivadores privados, con acceso a la tierra, existieron 1) aquellos con «operaciones en gran escala», comparables con las operaciones productivas de la misma UFCo, en gran parte en manos de plantadores extranjeros (Casey, 81); 2) un sector de medianos productores, formado por costarricenses; y 3) productores «en escala mínima, generalmente jamaiquinos [que] también explotaron sus tierras en forma intensiva», pero que, a diferencia del grupo anterior, muy posiblemente tenían que combinar la producción con la venta de su mano de obra (Casey, 133) con la producción de otros productos para el autoconsumo (Senior, 2011).

Hacia 1944, la producción bananera dominada por la UFCo fue afectada por la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial y la Enfermedad de Panamá (Ellis, 51). Esto produjo en el Caribe costarricense una nueva dinámica vinculada a la producción de este fruto y a las estrategias de sobrevivencia de una población afrocostarricense que, en 1950, tenía menos peso poblacional (Dirección General de Estadística y Censos 1950, 81). Parte de las estrategias de sobrevivencia tanto de mujeres como de hombres afrocaribeños estuvo relacionada con el desarrollo de una economía en la que cobraron relevancia cultivos como la yuca, el ñame, los plátanos, el maíz y el cacao (Viales 1998, 86).

En este artículo interesa explorar, en el contexto de estas dinámicas socioproductivas de la primera mitad del siglo XX, cuáles fueron las condiciones relativas a la división sexual del trabajo entre los pobladores afrodescendientes del Caribe costarricense, cuáles trabajos fueron definidos como masculinos y femeninos y cuál fue la flexibilidad de hombres y mujeres para realizar unas y otras labores. Aunque existen importantes investigaciones sobre las relaciones de género en el Caribe costarricense, como se abordará en la tercera parte del artículo, a mi criterio, es importante profundizar en la manera en que la división sexual del trabajo se vincula a formas igualmente sexuadas de significar el mundo del trabajo. En otras palabras, interesa explorar las maneras en que los sujetos brindan significados genéricamente construidos a las actividades y a los objetos con los que trabajan. Ello, poniendo atención a las dualidades que contraponen lo masculino y lo femenino como base de la conformación de la división del trabajo.

Para abordar estas cuestiones, este artículo propone cuatro partes: en la primera y segunda, se indican aquellos aspectos metodológicos y teóricos que sirven de base para la indagación; en la tercera, se contextualiza la relación entre género y trabajo en el largo plazo; finalmente, se explora una respuesta a las preguntas anotadas.

1. Aspectos metodológicos

El artículo tiene como fuente dos conjuntos de entrevistas. El primero consiste en las entrevistas a pobladores afrodescendientes de la costa talamanqueña, realizadas por la educadora norteamericana Paula Palmer (2000). Estas entrevistas dieron lugar al libro Wa’pin man. La historia de la costa talamanqueña, según sus propios protagonistas. Las entrevistas, que sirven para mi análisis, fueron hechas entre 1976 y 1977, grabadas, transcritas y archivadas en el Archivo Nacional de Costa Rica (en adelante citado como ANCR/EPT1 y ANCR/EPT2, donde la «T» identifica el tomo en el que fueron agrupadas). El segundo grupo de entrevistas fueron realizadas por mi persona a tres hombres afrodescendientes en octubre de 2006 (en adelante citados como EM/SB, EM/IMcF y EM/RP para mantener sus nombres sin identificar). Al igual que las entrevistas de Palmer, fueron construidas en la conversación con los sujetos que habitaban Talamanca en el Caribe Sur de Costa Rica. No obstante, mi propósito era investigar sobre identidades masculinas, mientras que el de Palmer era reconstruir la historia de Talamanca. Ella entrevistó a hombres y mujeres, mientras que yo, solo a hombres. Al considerar la literatura sobre las relaciones de género en el Caribe, fue mi impresión de que lo relativo a las masculinidades debía profundizarse a partir de preguntas que consideraran su construcción identitaria vinculada al trabajo agrícola.

El conjunto de entrevistas fue temático, si seguimos el criterio de que se abocó a un aspecto de la biografía de las personas entrevistadas (Acuña 1989). En entrevistas que yo realicé, el interés fue la construcción de las identidades masculinas y las relaciones de género en que estas se producían en espacios familiares y laborales. Las de Palmer, por otra parte, versaban sobre el aporte de los sujetos en la construcción histórica del Caribe sur de Costa Rica. Aunque sus entrevistas no están cruzadas explícitamente sobre las relaciones de género, arrojan una rica información que, desde mi perspectiva, puede ser analizada desde esta óptica, especialmente la de las mujeres. En su conjunto, se trata de sujetos que nacieron en un período que abarca de 1893 a 1960, en Jamaica, Barbados, San Andrés (hoy Panamá) y Talamanca en el Caribe Sur de Costa Rica, un período marcado por el auge y declive del cacao y de ciclos productivos de la bananera.

Hay que decir que existen diferencias en ambos conjuntos de entrevistas. Unas fueron realizadas por una mujer de origen norteamericano y otras por un hombre mestizo, con tres décadas de distancias entre unas y otras. Esto marca una producción discursiva con contextos muy distintos, lo mismo que las intenciones que orientaron su producción: la historia local en un sentido muy amplio, en un caso, y las relaciones de género que enfatizan en la masculinidad, en el otro. A pesar de estas distancias y límites, todas las entrevistas se refieren a un espacio sociogeográfico, a un tiempo y a una historia que son comunes a todas las narraciones de corte autobiográfico, lo que abre la posibilidad leerlas a partir de una misma pregunta teóricamente orientada y un mismo enfoque metodológico. De lo anterior, opté por un enfoque que tiene como centro la propia biografía de los sujetos. Así, debe anotarse que «toda narración autobiográfica es un relato de experiencias vividas y también una microrrelación social» (Rojas, 193). El relato biográfico construido en estas entrevistas es el producto de una acción social que surge entre sujetos en una relación intersubjetiva en la que la biografía de las partes está de por medio.

En consonancia con lo dicho, este estudio parte del enfoque biográfico, lo cual amerita tres precisiones. En primer lugar, este abordaje tiene como centro la historia de vida; esto es, la manera en la que los individuos construyen y dan sentido a su existencia y «en lo que dice esa vida sobre lo social, la comunidad o el grupo» (Reséndiz, 136). En segundo lugar, y siguiendo las ideas de Bourdieu y Wacquant (1995), las concepciones de género, en cuanto habitus de los sujetos, nos muestran elementos relevantes de un campo de relaciones históricas internalizadas. En tercer lugar, al enfilarse hacia la interpretación de los fenómenos en términos del sentido otorgados por la gente, el enfoque forma parte de los estudios de tipo cualitativo (Creswell, 15).

2. Planteamiento teórico

En este análisis, se entrecruza la corriente de género, entendida como la organización social de la diferencia sexual (Mohamed 1995) y la teoría de Bourdieu (2002) sobre la dominación masculina. Ambas confluyen en varios aspectos, entre ellos, la construcción histórica de creencias y de procesos de dominación a partir de un principio de determinación biológica. En términos de Bourdieu (2002), los géneros son «hábitos sexuados» (13) que se manifiestan en las formas de actuar y de sentir, de definirse como hombre o como mujer a partir de las diferencias corporales socialmente construidas en las que la sexualización del trabajo es un aspecto clave.

En términos de la teoría de género, esta posición brinda un punto de entrada para explicar un doble proceso aparentemente contradictorio. Por una parte, nos permite entender el hecho de que exista una asignación de ciertos roles en el marco de la división sexual del trabajo y de las definiciones culturales de la masculinidad y la feminidad (Mohamed 1995). Pero, por otra parte, contribuye a explicar una parte de los procesos mediante los cuales hombres y mujeres traspasan los roles de género, tradicionalmente asignados a partir del proceso en que se otorga una explicación biológica a la construcción social del género, sin necesariamente romper con la división sexual del trabajo y las definiciones de la masculinidad y la feminidad. En tal dirección, la socialización de lo biológico (la construcción social de formas de definirse como mujeres y hombres a partir de lo corporal) quedaría relativamente intacta. Esto tiene, al menos, dos explicaciones posibles: a) que el tránsito hacia los roles del otro se produce en situaciones de excepcionalidad; b) que los sujetos reconocen dicho tránsito como la trasgresión de una frontera hacia un lugar de relaciones sociales que no es «natural» para ellos mismos (no es algo «de hombres» o «de mujeres»). Una posibilidad adicional es la ruptura con las concepciones que biologizan las relaciones de género.

En las primeras dos opciones anotadas arriba, el habitus de los sujetos –ese «conjunto de relaciones históricas ‘depositadas’ en los cuerpos individuales bajo la forma de esquemas mentales y corporales de percepción, apreciación y acción» (Bourdieu 2002, 23)– es consistente con la internalización de los principios históricos que regulan el campo de género –entendido como un espacio de conflicto y de competición que posee la capacidad de imponerse, según sus valores y principios regulatorios (Bourdieu y Wacquant 1995, 94)–, en el que reviste relevancia la división sexual del trabajo y la biologización del género. En el tercer escenario, se presenta un replanteamiento o modificación de tales principios. En otras palabras, nos interesa explorar si se conservan o modifican las fronteras y configuración de los límites de esta regulación (Bourdieu y Wacquant 1995, 24). Proponemos que los procesos sociales de construcción de principios de género en la base de la división del trabajo están asociados a un proceso más amplio de construcción sexuada del mundo. En esta construcción más amplia, los agentes sociales otorgan significados, igualmente sociales, a los objetos y las actividades asociadas a ellos, según principios históricos de género internalizados en sus habitus.

Al realizar esta aproximación, resulta esencial la advertencia de Joan Scott (1996), quien critica la postura que partiría de la construcción de identidades subjetivas como proceso de diferenciación que universaliza las categorías relacionales entre varón y mujer. Según sus propias palabras, se necesita «rechazar la calidad fija y permanente de la oposición binaria, [para] lograr una historicidad y una deconstrucción genuinas de los términos de la diferencia sexual» (283).

En suma, nuestro interés reside en explorar la situación de los agentes en el campo del género, de acuerdo con las concepciones que regulan la división sexual del trabajo, prestando atención a las significaciones más específicas que los sujetos otorgan a los trabajos desarrollados por hombres y mujeres.

3. Anotaciones sobre el trabajo y género en el largo plazo

Los estudios sobre trabajo y relaciones de género en el Caribe tienen como uno de sus aspectos de fondo la considerable participación de las mujeres en el mundo laboral durante la época de la esclavitud colonial, debido a su incorporación como fuerza de trabajo en la plantación y en otros espacios. Esto se suma a la relevancia de las mujeres en aquellas naciones de África de las cuales provenían (Shields 1997), y cuya presencia puede detectarse en el Caribe aún después de 1807 (Bush, 25).

De la región del África occidental, cuya sección costera, en el Cabo de Benín, era conocida en épocas precoloniales como la costa de los esclavos, fueron exportadas grandes cantidades de personas esclavizadas hacia América hasta la década de 1860 (Law, 29-31). Aquellas sociedades en África respondieron a un modo de producción doméstico donde la edad y las distinciones sexuales eran fundamentales. Esto significó que el poder político estaba basado en la gerontocracia masculina, la cual ostentaba el control de los medios de producción, el acceso a las mujeres y a su descendencia (Lovejoy, 12).

En dichas sociedades, las mujeres tenían una relevante asignación en el mantenimiento social desde lo productivo y lo reproductivo. Eran usualmente las principales trabajadoras agrícolas (Bush, 21), así como significativas por su capacidad reproductiva. En este sentido, las variables cruciales para la dominación gerontocrática masculina incluían, entre otros aspectos, el número de mujeres casadas con los mayores, el número de hijos nacidos de cada esposa y el acceso a los recursos como la tierra (Lovejoy, 12-13). En suma, el trabajo agrícola formaba parte de su habitus. Sin embargo, también era parte de su historia de vida la dominación masculina expresada en la gerontocracia que dominaba las relaciones de parentesco.

En el Caribe, luego del primer intento por traer fuerza de trabajo forzada europea, fue la fuerza de trabajo esclavizada de origen africano la que tendió a dominar el panorama laboral (Eltis, 5). En las cuadrillas de trabajo de las plantaciones jamaiquinas típicas del siglo XVIII, las mujeres representaban el sesenta por ciento, lo cual supuso una proporción inesperada para la visión occidental androcéntrica (Klein, 48). Esta tendencia también rigió en la isla de Barbados, donde las mujeres constituyeron una fuerza de trabajo mayoritaria en los trabajos asociados a la caña (Quiñones, 277).

Las mujeres fueron tratadas por los dueños de las plantaciones como una unidad de producción susceptible de tantos castigos como los hombres (Bush, 6). No obstante, en la esfera privada, el rol femenino tuvo una fuerte diferencia respecto de los hombres esclavizados, particularmente en el cuido de niños y niñas. Este rol reproductivo estuvo influenciado por las tradiciones africanas (Bush 1990), pero seguramente también por las condiciones de la esclavitud en el Caribe, donde las familias compuestas por mujeres y sus hijos tuvieron gran importancia (Higman 1973) y donde las relaciones de parentesco y la gerontocracia masculina, a la usanza africana, no podían ser desarrolladas.

Con el fin de la colonia, e iniciados los procesos migratorios, ¿qué sucedió una vez que estos migrantes se insertaron en el contexto del Caribe costarricense? Lara Putnam (2002), al estudiar las relaciones de género en el Limón de fines del siglo XIX y principios del XX, señala el importante papel productivo de las mujeres de diferentes grupos étnicos, entre ellas las provenientes del Caribe. Estas tuvieron acceso a la tierra y desarrollaron importantes niveles de autonomía económica a partir de las estrategias de trabajo independiente, a la par del predominio masculino en ciertos trabajos asalariados (Putnam 2002, 2006). Entre 1872 y 1890, las mujeres afrojamaiquinas debieron realizar trabajo doméstico y contribuir económicamente en la esfera pública, realizando trabajos de venta y cocina, confección de ropa, vendiendo servicios por cuido de niños, trabajando en tiendas como dependientas, vendedoras del mercado, lavanderas, planchadoras, trabajadoras sexuales, entre otras labores (Hutchinson). Otros trabajos han mostrado la manera en que las relaciones de género y trabajo en el Caribe costarricense estuvieron condicionadas por los procesos migratorios, la reconstrucción de las relaciones de parentesco, las formas en que se organizó la producción bananera y las concepciones y prácticas racializadas del Estado liberal (Putnam 1999, 2001a, 2001b, 2006a, 2006b, 2012), así como por los procesos de significación del trabajo agrícola ferroviario (Murillo 1997) y agrícola (Menjívar 2010 y 2019), según parámetros identitarios basados en masculinidades viriles.

4. División sexual del trabajo entre los afrodescendientes en el Caribe Sur

Con estos antecedentes, a continuación, nuestro interés es contribuir con el análisis de las relaciones de género de las personas afrodescendientes en el Caribe Sur de Costa Rica. Junto con los planteamientos de Putnam (2002) y Hutchinson (2006), sostenemos la importancia económica que tuvo el aporte de las mujeres, tanto en el ámbito del trabajo doméstico como en el extradoméstico. No obstante, aquí procuramos indicar que este último tipo de trabajo tendió a adecuarse a una concepción sexuada del mundo que reprodujo una división sexual del trabajo. También proponemos que existen evidencias de que las relaciones sociales, en el nuevo contexto, contribuyeron a replantear, al menos parcialmente, la fuerte participación agrícola que históricamente las mujeres afrodescendientes tuvieron tanto en el Caribe colonial como en África. Esto pudo implicar una nueva situación de las mujeres bajo las condiciones del Caribe costarricense. Sobre todo, nos interesa captar cómo la división de las actividades y de las cosas, según criterios femeninos y masculinos, contribuyó con la segmentación sexuada del mundo y, a partir de esto, con la definición de principios de género específicos. La segmentación sexuada del mundo entre los afrodescendientes en el Caribe de Costa Rica puede captarse en la división sexual del trabajo que se desarrolló a partir de ciertos productos agrícolas sobre los que contamos con información como el cacao, la yuca y el coco o actividades como la medicina y el esparcimiento sobre lo que se profundiza a continuación.

4.1. El coco

Al respecto de este producto, SB señala cómo sus ancestros más cercanos –su abuelo, oriundo de Jamaica, y su abuela, que nació en Colombia– se establecieron en Playa Chiquita de Talamanca y comenzaron a producirlo:

Ellos vinieron a trabajar en el ferrocarril y luego comenzaron a la pesca después del ferrocarril, … porque en ese tiempo venían de Tortuguero, … primero se instalaron en Tortuguero. Luego vinieron para acá [a Punta Chiquita] en tiempo de pesca, pescaban, trajeron su coco, hicieron su ranchito y cuando termina la temporada de pesca vuelven allá, cuando vienen siempre hay otros amigos que van a contar, entonces vienen con otros amigos, ahí vienen cada uno haciendo su finca con su coco (EM/SB 2006).

En la explotación económica del coco, es posible detectar la participación de mujeres y hombres. No obstante, los ingresos generados por unas y otros derivaron de diferentes momentos del proceso productivo. Tal división es claramente identificable en los relatos que ofrecen las mujeres y los hombres sobre este producto. En los relatos masculinos, es posible detectar una gran riqueza en el detalle sobre su cultivo, las mejores condiciones para su crecimiento y sus plagas, mientras que los testimonios femeninos son ricos en cuanto a su procesamiento para la elaboración de comidas. Desde mi perspectiva, esta particularidad de lo relatado habla de una diferenciación tanto de los roles como de la construcción del habitus a partir del trabajo. En este sentido, la narración de Selles Jonson, que vivió en Cahuita de Talamanca desde principios de siglo XX, apunta a un detallado conocimiento de las enfermedades del coco, propias de un agricultor:

Tenemos una oruga. Crece por una mosca, la llamamos mariposa, unas mosquitas blancas, viven en la playa y cuando quieren poner sus huevos, se suben al árbol y hacen un nido grande, un nido blanco, y se quedan allí hasta que eclosionan y luego salen millones de ellas. Mientras se secan no dejan una hoja en el coco y bajan de un árbol a otro…, pero si oyes que viene una mosca, llueve mucho, no aguantan la lluvia, se caen rápidamente y mueren… y el árbol vuelve a dar frutos (ANCR/EPT2 1976-1977, 179-180).1

Los pormenores sobre la enfermedad brindados por Mr. Selles son aún más ricos. Parte de la trama sobre el producto implicaba la complejidad de su comercialización. Por mucho tiempo, el coco debió llevarse a Limón «canaleteando» en bote, según relata SB. Durante finales del siglo XIX y comienzos del XX, esto era necesario debido a las deficientes vías terrestres de comunicación existentes (EM/SB 2006).

Mientras que el cultivo y la venta del fruto sin procesar eran tareas desempeñadas por los hombres, la producción de aceite para cocinar era un trabajo principalmente femenino. Ida Corbin, también de Cahuita de principios de siglo, describe, con el detalle que solo una persona profundamente habituada al procedimiento puede brindar, la manera en que ella y su hermana ayudaban a su madre en la elaboración del aceite de coco:

Para empezar, rallamos el coco y lo envolvemos en un pedazo limpio de saco de harina. Y ponemos agua en una olla limpia y hundimos el coco envuelto, retorciéndolo dos o tres veces hasta sacarle toda la leche. Así lo hacemos bien. Lo que queda es broza, y se la damos a las gallinas y los chanchos, si los tenemos. Dejamos la leche al sol hasta el otro día, para que se corte y suba la sustancia que llamamos custard, que es la parte más pesada del líquido. Quitamos el custard con una calabaza y lo ponemos en una olla aparte. Y pasamos la leche a una olla grande, colándola con un pedazo limpio de saco de harina; antes usábamos el abanico de mar, pero ahora escasea. Ponemos la olla sobre un fuego lento y hay que revolver la leche continuamente para que no se queme. ¡Oh, qué rico olorcito sale mientras se cocina! (Palmer 2000, 49-50).

Adicionalmente, apuntaba los usos que este producto tenía en la cocina:

Mamá hace aceite de coco. Hace Johnny Cake, pan, bollos, hace bollos dulces, pudín y todo eso. Oh, mi madre, ella siempre hornea, ¿sabes? Oh, mami hornea en ollas y latas de queroseno. Oh, qué rico hornear, tenemos que ir con la canasta y la bandeja, los pequeños sabemos que llevamos las canastas pequeñas (ANCR/EPT1 1976-1977, 76).2

Pero las mujeres no solo elaboraban el aceite, sino que vendían el producto de su trabajo en Limón (ANCR/EPT1, 60), así como los hombres lo hacían con el coco entero. La venta del aceite, a 50 centavos la botella, deparaba ingresos suficientes para un buen vivir –to «make a good living»– (ANCR/EPT1, 67). El uso directo del producto también expresaba la división sexual del trabajo dentro de la comunidad: era vendido a las vecinas de Corbin como aceite de cocina. De igual manera la repostería, elaborada con el coco o con otros ingredientes, era vendida: «Mi madre… hornea… y aquí en el muelle hay que salir a vender», relata Corbin (ANCR/EPT1 1976-1977, 74).

Así, aunque era clara una segmentación sexual del trabajo asociada al coco, tanto el proceso de cultivo, realizado por los hombres, como aquel llevado a cabo fundamentalmente por las mujeres, generaba dinero en efectivo para ambos. Menos sabemos sobre el manejo de tales ingresos. Ahora bien, el carácter diferenciado del detalle brindado sobre los distintos momentos del proceso productivo asumido por mujeres y por hombres da cuenta de una práctica y de conocimientos diferenciados sobre trabajos igualmente diferenciados. Ello sugiere la conformación de habitus específicos de unas y de otros. Hasta donde tenemos conocimiento, en el Caribe Sur, solo hacia finales de siglo XX e inicios del XXI, RP elaboraba repostería tradicional (EM/RP 2006).

4.2. La yuca

Al respecto del cultivo de la yuca, no conocemos relatos de hombres con un detalle similar al del coco. Augustus Maison, que nació en Jamaica en 1904, aclaraba algo sobre su procesamiento para la elaboración del almidón de yuca: las escasas ganancias que el almidón generaba. De la misma generación de Maison y Corbin, la señora Daisy Lewis, vecina de Puerto Viejo, es profundamente explícita sobre el uso cotidiano del almidón entre las mujeres de la zona. Ellas lo destinaban a planchar su propia ropa y la usada por los hombres en el juego del cricket, herencia de su pasado colonial inglés en las Antillas:

En aquel entonces, si el domingo no lucía un bonito vestido almidonado, ¡no estaba vestida! Y esos pantalones para los hombres que jugaban al cricket-ball eran blancos y tenían que estar bien almidonados. Teníamos un tipo de vestido que se llamaba can-can; lo almidonábamos tanto que se levantaba solo y al caminar hacía ruido: wus, wus, wus. Hasta las sábanas las almidonábamos, pero con agua de almidón muy aguado, porque no queríamos dormir sobre algo demasiado tieso … Algunas mujeres le agregaban candela al almidón para darle brillo a la ropa… Y entonces la ropa queda brillante luego de plancharla … En esos días usábamos la plancha de hierro (Palmer 2000, 53).

En el relato anterior, es posible ver cómo la división sexual del trabajo asociada al almidón se entrecruza con otros aspectos sustantivos de la cultura afrocaribeña. Sin duda, al hacer alusión al día domingo, la señora Lewis se refería a la asistencia a los cultos religiosos, donde debía lucirse impecable. El esmero doméstico llegaba a la actividad masculina del cricket –en la cual se evidencia la continuidad del pasado colonial en el Caribe británico–, pero también a las ropas de uso cotidiano, en las que se usaba la candela. En otras palabras, la división sexual del trabajo era parte de una división sexual del mundo que cubría múltiples esferas claves de la vida cotidiana afrocaribeña. No se trataba, pues, de una mera reproducción de roles: emociones como el orgullo de lucir un traje adecuadamente planchado eran la expresión de identidades conformadas dentro de dicha visión.

4.3. El cacao

Otro cultivo en el que puede apreciarse una progresiva segmentación sexual del trabajo es el del cacao. Este producto, sembrado en las tierras bajas del Atlántico, fue introducido por la UFCo hacia 1913; sin embargo, a lo largo de su historia durante el siglo XX fue preponderantemente cultivado por pequeños productores afrodescendientes (Viales 2001, 103). Algunas de las principales plantaciones se ubicaron hacia Siquirres y el río Reventazón, en el oeste, y hacia Penshurt, en el sur (Viales 1998, 130). Este producto fue, hasta la primera mitad de la década de 1970, de gran relevancia en la economía y el desarrollo de los afrodescendientes (Murillo 1999, 95), al menos hasta que «se le entró la enfermedad» y los productores no pudieron salvarlo ni siquiera con el uso de químicos (EM/SB 2006).

En la producción del cacao, en Limón, la UFCo replicó la organización social propia de las fincas de café y de caña en el este del Valle Central. Se contrataba al «jefe» de familia, aunque trabajaban todos sus miembros, algunas veces remunerados de manera ad hoc en pagos hechos al cabeza del hogar, otras veces no remunerados y eventualmente pagados de manera directa. Los jóvenes y hombres realizaban las labores de chapea, mientras que las mujeres y niños participaban principalmente en fincas ya establecidas, donde las labores de chapea eran menos intensas que en las fincas nuevas. En este sentido, mayor cantidad de hombres eran empleados en momentos de apertura o rehabilitación, mientras que el trabajo agrícola era realizado con frecuencia por mujeres y niños (Putnam 2001, 141). Así, el trabajo considerado más fuerte era desempeñado por los hombres jóvenes y adultos, y las tareas de menor requerimiento físico, por niños y mujeres.

En las pequeñas parcelas, hubo una importante participación de las mujeres adultas en el trabajo agrícola, el cual era realizado en terrenos de su propiedad o bien de sus padres o esposos (Putnam 2001, 145). Algunos testimonios sobre el Caribe Sur apuntan a que este era un cultivo que empleaba, fundamentalmente, mano de obra masculina con la participación de la mano de obra familiar en ciertos momentos del proceso productivo, como el de la quiebra del fruto. En otros momentos de ese mismo proceso, predominaba una mayor división sexual del trabajo, en el que las mujeres debían realizar el trabajo reproductivo. En la experiencia de Clinton Bennet, vecino de Puerto Viejo que nació en 1924, los hombres eran quienes trabajaban cotidianamente en los cacaotales. Las mujeres se quedaban en las casas preparando comida, lavando ropa y realizando los demás oficios domésticos. No obstante, la incorporación femenina al trabajo de la finca se producía los días en que se quebraba el cacao. Al parecer, ocurría con particular importancia entre noviembre y diciembre, época de la «cosecha grande». Entonces, el conjunto de la familia participaba en el trabajo agrícola (Palmer 2000, 205).

En algunas fincas, la mano de obra contratada tendió a desplazar a la fuerza de trabajo familiar. Ello estuvo asociado a los períodos de bonanza económica. En dichos casos, el resultado fue la disminución de la participación femenina en las labores agrícolas asociadas al cacao e implicó un cambio fundamental en la estructura ocupacional: una mayor segmentación sexual del trabajo. «En ese tiempo las mujeres iban al monte a quebrar cacao», recuerda Jonathan Tyndal (Palmer 2000, 209), como quien evoca algo muy lejano, casi perdido en la historia de la primera mitad del siglo XX.

Esta tendencia aparece no del todo homogénea en la segunda mitad de aquel siglo. Según SB, su madre «cooperaba en la finca» (EM/SB), mientras que RP, contemporáneo de SB, señala una tajante división sexual del trabajo en su familia. En efecto, al ser consultado sobre el trabajo desempeñado por su madre, RP cuenta que ella:

…mantenía la casa ordenada y preparaba la comida, mientras mi padre estaba en la finca de cacao. Es el binomio que siempre hay ¿no?: la madre está en la casa, prepara el alimento, prepara la ropa, alista esto, compra todo y el señor tenía que buscar el dinero. [Ella] nunca iba a la finca, porque se quedaba en la casa (EM/RP 2006).

4.4. La medicina

Otras prácticas laborales se ajustaron fuertemente a esta división, pero, en ellas, las mujeres generaron importantes ingresos que las alejaron de un papel de dependencia respecto a los hombres. Tal fue el caso de las ocupaciones de las «midwife» o comadronas y de los «médicos culebreros». Ambas prácticas gozaban de gran prestigio social, el cual posiblemente se reforzó debido a la inexistencia de otra infraestructura sanitaria en la zona de Talamanca. Estas ocupaciones implicaban conocimientos específicos. Las midwife tenían formas definidas de revisar a las embarazadas y cuando las mujeres no se sentían bien, estas parteras las visitaban y les informaban sobre la situación de los nonatos y los procedimientos a seguir. La comadrona disponía de medicamentos como «las tabletas que se llamaban Indian Root pill» que, al ser tomadas, hacían que todo saliera bien con el nacimiento del niño. El siguiente pasaje refleja las características de este conocimiento:

En aquellos tiempos, la partera era la doctora. Tenía una forma atender el parto. Tenía unas pastillas llamadas raíz india. Tienes que tomarlas una cierta cantidad de veces, durante ciertos meses. Y en un mes determinado tomas un poco de... aceite. Si no te sientes bien, ella viene y te dice cómo está el bebé y te dice qué beber y cómo hacerlo. Cuando tomas esa píldora raíz india, es un buen momento para tener al bebé. Sin problemas. Y el bebé nace sano (ANCR/EPT1 1976-1977, 15).3

El trabajo reproductivo relacionado con el embarazo, el parto y las tareas posteriores, a falta de doctores y ante la presencia de la midwife, pertenecía claramente al dominio femenino. La figura masculina del padre no aparece en las narraciones que cuentan sobre el parto o la recuperación de la parturienta y del recién nacido:

Cuando sientes dolor mandas llamar a la partera y ella viene. La madre, la hermana, una buena amiga, puede ayudarla. Y unos 5 días después de que nace el bebé, te da una dosis de aceite de ricino y cerveza negra… te da fuerzas. La partera se queda 9 días mientras la madre está en cama… Cocinan y lavan y [¿cuidan?] al bebé, preparan un baño caliente para la madre. Y luego, después de 9 días, termina (ANCR/EPT1 1976-1977, 15-16).4

El conocimiento y la práctica de las comadronas tenían un doble reconocimiento: la admiración que producían en otros sujetos y los importantes ingresos que generaban:

Conforme te miran te pueden decir… qué tipo de bebé, si niño o niña. Desde el post parto te buscan ciertos bultos o algo… así y te pueden decir cuántos bebés más vas a tener. Ella cobraba 25 colones. En aquella época era mucho dinero (ANCR/EPT1 1976-1977, 16).5

Por otra parte, en los relatos estudiados, todos los nombres que corresponden a médicos culebreros, encargados de curar las mordeduras de serpientes, pertenecen a hombres: Nathan, Jonson Dean, Francisco Downer y Edward Masters. Estos jugaban un papel relevante que, al igual que el de las comadronas, implicaba la diferencia entre la vida y la muerte. No había manera de ir a Limón de manera rápida, cuando alguien estaba enfermo o era mordido por una serpiente, no había mucha más opción que la muerte. Así, los médicos culebreros hacían la diferencia entre una y otra, gozando de mayor prestigio que los médicos alópatas debido a la efectividad de su tratamiento. Selvin Bryant señala a este respecto:

Mire cuántas personas van ahora al hospital y mueren por mordeduras de serpientes. Y en aquellos días tranquilos nadie moría por mordeduras de serpientes. Hay tres buenos médicos de serpientes... aquí: un hombre llamado Nathan y Johnson Dean, Francisco Downer. No importa qué tipo de serpiente te muerda. Tienen su arbusto que te dan y algo te hace vomitar ese veneno y en 9 días te recuperas (ANCR/EPT1, 17).6

4.5. Los objetos

La sexualización del mundo de las cosas parece encontrarse condensada en los significados que se dieron al órgano musical y a la máquina de coser, elementos que en la cultura afrodescendiente presentaban una fuerte connotación femenina. Ambos instrumentos estaban en función de extender las posibilidades corporales de las mujeres, en su papel como esposas. Según considera William Rodman, quien nació en 1926 en la finca bananera de Margarita, al menos hasta la década de 1960:

La mayoría de las familias tenía en las casas órganos de pedal como los de antes. Eran baratos en esos tiempos y cada familia se sentía orgullosa de comprar uno, tan pronto tenía una hija. El órgano era considerado un instrumento musical para las mujeres generalmente, pero algunos muchachos lo tocaban también. Era considerado algo para las hijas, igual que las máquinas de coser. Si en esos días uno tenía una hija y no le compraba su máquina de coser, podía quedarse sin esposo. Había muchos órganos, y eran viejos, pero hacían linda música (Palmer 2000, 210).

En su valoración, es claro que la máquina de coser era una pieza clave de la feminidad, fundamentalmente porque el matrimonio era asumido como valor básico para las mujeres. Debe señalarse que, tradicionalmente, las mujeres sin parejas –o no casadas– han sido concebidas como carentes (Vega, 48) y de ahí el temor a que no se pudieran casar. En la valoración de este hombre, la máquina brindaba la posibilidad de aportar a la satisfacción de la economía doméstica y del hombre. La máquina constituía parte del engranaje según el cual las mujeres serían, para utilizar la expresión de Marcela Lagarde (1994), funcionarias de unas instituciones patriarcales que definen su condición: la familia, la maternidad y la conyugalidad en sus diversas formas, a cuya reproducción destinan gran parte de sus energías vitales.

Explicar cuál era la función del órgano de pedal resulta menos fácil de deducir con la información que disponemos, más si se considera que algunos muchachos lo tocaban. Pero lo cierto es que uno y otro se convertían en objetos sexuados que apuntalaban la división sexual del mundo y de las actividades de al menos una parte de los pobladores afrodescendientes del Caribe Sur.

4.6. El esparcimiento

La diversión y el juego también tuvieron su lugar en este orden sexuado del mundo. Mientras que el juego preferido de los niños era el merry go round, una especie de tiovivo que construían en la playa, el de las niñas era el skitlolly, muy parecido al boliche (ANCR/EPT1, 81-83). Sin duda, el juego contribuye a la construcción de la identidad de género de niños y niñas por medios como la asignación de roles distintos: de corte reproductivo entre las niñas, y asociados al poder y a la proveeduría entre los niños (Bolaños y Viales, 308).

Debido a que se apartaba de la norma, el caso de Olga Myrie sirve para confirmar la fuerte división sexuada en lo referente a los juegos. Desde niña, Myrie era llamada tomboy, cuya traducción sería «niña de reciedumbre varonil» (Palmer 2000, 103). Myrie jugaba al cricket y al béisbol, subía a los cocoteros y trabajaba tanto en la finca como en la casa. Sin duda alguna, tal apodo se debía no solo a la trasgresión de la división sexual del trabajo y del juego, sino a la de los procesos socializadores que presionan a las niñas para que restrinjan las actividades físicas y, por lo tanto, su cuerpo (Ibarra, 136). En este sentido, Myrie no calzaba con las características de género socialmente estructuradas para las mujeres.

Esta segmentación sexuada de la diversión pareció extenderse hasta la adultez, si nos atenemos a la mirada de Selvin Bryant. Durante las semanas santas, el Liberty Hall de la United Negro Improvement Asociation (UNIA) daba cabida a una serie de actividades recreativas como partidos de cricket y de béisbol que eran de dominio masculino. También se bailaba el maypole (palo de mayo), en el que, al parecer, también participaban los hombres, pero que, para las mujeres, guardaba reglas específicas:

El maypole es un baile que tiene su propia música. Hay que levantar un palo alto con cintas de todos colores fijas en la punta; las muchachas agarran una cinta cada una y todas bailaban alrededor del palo, y mientras bailaban, van trenzando las cintas… hay que saber hacerlo… hasta que las cintas quedan trenzadas y luego las destrenzan siguen así (Palmer 2000, 211).

Por otra parte, los hombres competían en bulls eye o tiro al blanco «con rifles viejos y largos de un solo tiro. Apostábamos, comíamos y bailábamos todo el día y toda la noche» (Palmer 2000, 211). No es de extrañar que el bulls eye fuera eminentemente masculino, pues los fusiles eran generalmente usados por los hombres en excursiones de cacería por la montaña. Mientras que el maypole parecía reflejar una actividad cooperativa entre las mujeres, el bulls eye más bien expresaba una tendencia competitiva entre los hombres (Palmer 2000, 211). En la cooperación y la competitividad parecen encontrarse rasgos de la conformación de la identidad femenina y masculina desde la niñez hacia la adultez.

4.7. ¿Transgresiones de género?

Ahora bien, hombres y mujeres afrodescendientes realizaron labores que tradicionalmente eran pensadas como dominio de los sujetos del otro sexo. En el caso de los hombres, este ha sido el caso de la cocina. Clinton Bennet, quien nació en 1938, sostenía a finales de la década de 1970 que, según sus cálculos, el 99% de los hombres de Puerto Viejo sabían cocinar. No obstante, las madres eran las encargadas de enseñar a los hijos, y tal aprendizaje tenía el propósito de sustituirlas en casos de excepción. La enfermedad era una de estas circunstancias (Palmer 2000, 205). Tanto niños como niñas debían jugar el papel de hijo parental en sustitución de las funciones maternas y en ausencia del padre.

La tendencia a la participación masculina en las labores de la cocina continuó en la segunda mitad del siglo XX. SB, quien nació en 1960, cuenta que, en los años de infancia, este tipo de tareas fueron parte de la pedagogía de niños y niñas: «mi mamá y mi papá tenían la cosa de que hoy uno cocina, puede ser mujer u hombre, otro va al patio, otro a planchar, encerar la casa. Todos aprendimos. No era que usted hace y el otro no, todos hacíamos las cosas. Así fue en ese tiempo» (EM/SB 2006).

En estos casos, y dado que debían ir a la finca, los padres parecían estar exentos de tales labores de emergencia. No obstante, en el caso de SB, lo mismo que en el de su hermano mayor y otros hombres de la costa talamanqueña, cocinar ha tenido un sentido económico: son dueños de restaurantes que constituyen una fuente de ingresos a raíz de la creciente afluencia turística experimentada a partir de la década de 1980. Por mi parte, podría especular que el desarrollo de esta actividad pudo tener para estos hombres un reconocimiento adicional vinculado con el buen desempeño de un oficio concebido socialmente como femenino. Es importante aclarar que también las mujeres han explotado esta veta turística, como es el caso del restaurante de Miss Elena Brown, en Playa Cocles, y de Miss Sam, en el centro de Puerto Viejo. Por otra parte, hombres como IMcF (EM/IMcF 2006) debieron cocinar para sí mismos en la soledad de su bache en la bananera.

Muchas mujeres afrodescendientes de la provincia de Limón fueron trabajadoras agrícolas (Putnam 2002), como era el caso de Daisy Lewis. Para ella, no obstante, gran parte de su práctica como tal estuvo supeditada al privilegio masculino sobre el oficio y sobre la propiedad de la tierra. Según relata, esto fue así hasta que decidió trabajar por su cuenta:

A mí me pasó esto: cuando joven varias veces me junté con hombres y les ayudé mucho en la finca. Uno tras otro se cansó de mí y me dejaron sin nada. Me encantaba la agricultura, y siempre les ayudé, pero la finca siempre era propiedad del hombre… Hasta que me dije: mejor luchar por mí misma porque no vale la pena luchar todo el tiempo y perder todo lo que uno ha trabajado (Palmer 2000, 207).

Al igual que muchos hombres aprendieron el oficio de la cocina con sus madres, Daisy Lewis aprendió lo relacionado con la agricultura trabajando en la finca con su padre. De ahí que no le produjera «miedo ir sola a la finca [acota como quien sabe se encuentra en un terreno poco usual para su sexo], más bien me gusta» (Palmer 2006, 207).

El transcurrir del siglo ha traído otras oportunidades para las mujeres descendientes de los pobladores talamanqueños: la hija mayor de RP ha sido una destacada atleta y fue campeona centroamericana en su campo; la hija menor estudiaba en la Universidad de Costa Rica en San José (EM/RP). Debe señalarse, no obstante, que se trata de generaciones cuyas familias ya no se encontraban ligadas a las labores agrícolas.

Antes de llegar la década de 1980, Alphaeus Buchanan creía ver algunos cambios en la identidad de las mujeres cuando observaba que, aun cuando costumbres tales como «nuestra manera de bailar, de cocinar» todavía se mantenían, existía un proceso de transformación debido a que las jóvenes no se preocupaban por aprender a cocinar como sus madres (Palmer 2006, 373). Los jóvenes varones también se encontraban, a juicio de Buchanan, dentro de este proceso de cambio, como resultado de una concepción del trabajo diferente:

La mayoría de nosotros, los padres, no les decimos a nuestros hijos cuál es la manera correcta de vivir. No insistimos como lo hacían los padres en el pasado. Por eso ahora los chicos aquí no quieren trabajar. Y cuando ellos tienen educación no pueden ocupar puestos, porque nadie les va a dar trabajo (ANCR/EPT1, 36).7

5.  Conclusión

Durante la primera mitad del siglo XX, la división del trabajo se presentó, en muchas circunstancias, de manera fuertemente sexuada entre los pobladores afrodescendientes del Caribe Sur. Debe indicarse que, para comprender la división sexual del trabajo, además de la identificación de los roles, resulta de utilidad comprender la manera en que los sujetos confieren al mundo de las cosas significados específicos de acuerdo con las concepciones que regulan la división sexual del trabajo. De lo anterior que los objetos sean construidos según principios propios del género, para los efectos de ser utilizados en las prácticas concretas de sujetos que ocupan un lugar sexuado en el mundo del trabajo: las Indian Root Pill eran dadas por las comadronas a las parturientas; mientras que las hierbas y la «piedra belga», por los médicos culebreros para curar las mordeduras de serpiente. El cultivo de coco y la venta del fruto eran de dominio masculino; en cambio, la elaboración de aceite, el almidón y la plancha, del femenino.

La división de las actividades y de las cosas, a partir de dualidades que contraponen lo masculino y lo femenino, se encuentra en la base de la conformación del ser social y de la significación que se realiza de los objetos y de las actividades como cosas sexuadas. Así, el órgano musical y la máquina de coser estaban feminizados en función del matrimonio y los juegos definieron los espacios propios de niños, diferentes a los de las niñas, lo mismo que la forma de celebrar lo hicieron con los hombres y las mujeres adultas. De lo anterior que los procesos sociales que construyeron los principios de género no solo estuvieron en la base de la división del trabajo si no que, al mismo tiempo, estuvieron asociados a un proceso más amplio de construcción sexuada del mundo. El mundo, así construido, divide sexualmente el trabajo y las cosas de acuerdo a una serie de principios históricos –que aluden al concepto de «campo»– que los sujetos internalizan y contribuyen a reproducir con su propia acción –lo que refiere al concepto de habitus–.

En este mundo sexuado, las mujeres enfrentaron limitaciones para romper su lugar tradicional. Las percepciones sociales sobre el trabajo femenino, los principios regulatorios afincados en el habitus y el mayor acceso de estos a los recursos, definieron un mayor poder masculino en detrimento de las mujeres. No obstante, también debemos agregar que algunas mujeres pudieron contar con ingresos monetarios propios –aun cuando algunos provinieran de oficios tradicionalmente femeninos– y tuvieron acceso a la tierra. Estos recursos les brindaron cierta independencia respecto de los hombres.

De esta suerte, si bien la división sexual del trabajo era parte de una división sexual del mundo que cubría múltiples esferas claves de la vida cotidiana afrocaribeña, también las mujeres crearon condiciones para transgredir la división del trabajo en el mundo de las cosas, y para utilizar la misma división sexuada del mundo para generar ganancias e independencia. De igual manera, el que las madres de muchos hombres afrocaribeños transmitieran sus saberes les significó una transgresión con réditos, como fue el caso de la panadería y la cocina en general, conforme avanzó la segunda mitad del siglo XX.

En efecto, los testimonios de los pobladores apuntan a cambios en la división sexual del trabajo y el mundo de las cosas, lo cual remite a la advertencia de Scott (1996), sobre la universalización de las categorías relacionales entre varón y mujer. En este sentido, es necesario «rechazar la calidad fija y permanente de la oposición binaria, [para] lograr una historicidad y una deconstrucción genuinas de los términos de la diferencia sexual» (283). Esto nos invita a nuevas indagaciones.

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EM/SB, entrevista a SB realizada por Mauricio Menjívar Ochoa, Talamanca, 24/10/2006.

EM/RP, entrevista a RP realizada por Mauricio Menjívar Ochoa, Talamanca, 24/10/2006.

EM/IMcF, entrevista a IMcF realizada por Mauricio Menjívar Ochoa, Talamanca, 23/10/2006.

Notes

1 La traducción del inglés al español es mía. Retour au texte

2 La traducción del inglés al español es mía. Retour au texte

3 La traducción del inglés al español es mía. Retour au texte

4 La traducción del inglés al español es mía. Retour au texte

5 La traducción del inglés al español es mía. Retour au texte

6 La traducción del inglés al español es mía. Retour au texte

7 La traducción del inglés al español es mía. Retour au texte

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Référence électronique

Mauricio Menjívar Ochoa, « División sexual del trabajo en el Caribe Sur de Costa Rica: una mirada a la población afrodescendiente en la primera mitad del siglo XX », Cahiers du CRINI [En ligne], 5 | 2025, mis en ligne le 04 juillet 2025, consulté le 03 décembre 2025. URL : https://cahiers-du-crini.pergola-publications.fr/index.php?id=103

Auteur

Mauricio Menjívar Ochoa

Escuela de Estudios Generales, Universidad de Costa Rica

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